Sus ojos ya no eran hermosos, eran demoníacos y de su sonrisa sobresalían dos pequeños colmillos. Caí de rodillas, mi sangre estaba manchando el piso lleno de tierra. Las grandes y espesas gotas de ese líquido rojo no paraban de salir de mi cuerpo. El calor se extendía por todo mi cuello, siguiendo el surco por el cual caía y caía mi sangre. Me estaba desangrando.
Quedó tendido en el suelo en cuestión de minutos, sentía como todo se oscurecía poco a poco, como un inusual frío me envolvía. Lo último que vi fue su cara, sonriéndome.
Quedó tendido en el suelo en cuestión de minutos, sentía como todo se oscurecía poco a poco, como un inusual frío me envolvía. Lo último que vi fue su cara, sonriéndome.
Había entrado a ese lugar por pura curiosidad, solo eso; después de todo, siempre, desde chico, fui curioso. El lugar parecía abandonado por fuera, pero en cuanto entré, todo parecía como recién comprado.
Los muebles estaban brillosos, como recién lustrados. Las paredes estaban perfectamente pintadas de ocre, los pisos eran del mármol blanco más bello que había vito en mi vida, al igual que la escalera. Las arañas que colgaban del techo eran lujosas y con muchísimos detalles. No me fijé si podían encenderse, era de día, la luz del sol entraba a ese lugar por las imponentes ventanas. El lugar estaba obviamente desabitado, de no ser así, el jardín y la fachada no estarían tan deteriorados y llenos de maleza como lo estaban.
Mi curiosidad me llevó a subir la preciosa, blanca y fría escalera. El primer piso era como lo imaginaba: un largo pasillo lleno de puertas. Estaba un poco más oscuro que la plana baja,, ya que los cálidos rayos de sol no llegaban hasta ahí, tan solo llegaba el reflejo.
Comencé a caminar hacia la derecha. El pasillo parecía no tener fin, cosa muy ilógica, ya q el lugar no parecía tan grande desde afuera. Dejé pasar esa sensación, atribuyéndolo a un efecto óptico o algo así.
Seguí caminan tranquilamente por no se cuanto tiempo, ya que no traía reloj, hasta que me topé con una puerta que señalaba el final del pasillo.
Mi curiosidad me dominó una vez más y abrí la puerta. A diferencia de lo que me imagine, no chirrió, se abrió lentamente, sin emitir sonido.
La habitación era enorme y estaba llena de gente. Gente vestida elegantemente y de época. Una melodía inundaba el salón. Muchas parejas bailaban a su ritmo.
Me quedó parado sin hacer nada, sorprendido, aterrado, maravillado. De repente alguien me tomó de la mano suavemente. Era una joven, la mujer más bella que había visto en mi vida, vestía un hermoso vestido negro, me veía reflejado en sus ojos cristalinos.
Me arrastró hasta la pista de baile. Bailamos sin decirnos ni una palabra por horas. Cuando me di cuenta, en la majestuosa salo solo quedábamos nosotros y los mozos, que estaban juntando las cosas.
Ella me miró con sus bellos ojos y me sonrió. Acarició mi cuello, mi cabello y siguió la línea de mis labios con sus dedos suaves como la seda. Lentamente me besó. Su perfume era perfecto, me inundaba completamente.
Me abrazó fuerte y besó mi cuello. Pero entonces, en cuanto sus labios se pegaron a mi piel, todo se volvió oscuro; las luces se apagaron, la hermosa sala quedó en ruinas y un fuerte dolor recorrió mi cuerpo.
La alejé de mí. Sus ojos ya no eran hermosos, eran demoníacos y de su sonrisa sobresalían dos pequeños colmillos. Caí de rodillas, mi sangre estaba manchando el piso lleno de tierra. Las grandes y espesas gotas de ese líquido rojo no paraban de salir de mi cuerpo. El calor se extendía por todo mi cuello, siguiendo el surco por el cual caía y caía mi sangre. Me estaba desangrando.
Quedó tendido en el suelo en cuestión de minutos, sentía como todo se oscurecía poco a poco, como un inusual frío me envolvía. Lo último que vi fue su cara, sonriéndome.
Me desperté, alterado y confundido. Ya estaba por suspirar de alivio cuando me di cuenta de que estaba en su regazo. La mujer más bella del mundo me sonrió y me dijo:
- Bienvenido a mi mundo, amor mío.
Instintivamente me toqué el cuello. Sentí unas pequeñas marcas, como de dos colmillos. Recorrí mis dientas con mi lengua, y ahí estaban, mis colmillos, extrañamente más grandes de lo normal.
La miré. Ella me sonrió y volvió a besarme. Era un beso real, ella era real, y yo también, al igual que nuestro amor.
Mi curiosidad me llevó a encontrar el amor. Pero el amor puede ser una maldición, como aprendí ese día de invierno al entrar en la mansión de la esquina de mi casa, a la que jamás volví.
El amor fue el hechizo que me echaron esa noche, y aún no encuentro un contrahechizo para él.