28 ago 2011

Corps and love - segunda parte - capítulo 3

Se que hace meses debí haber subido este cap, porque lo escribí apenas terminé el anterior, pero bueno... colgué, y mucho...

Capítulo 3:
 

            A mediados de marzo, la Dra. Meggers cayó en cama, producto de una fuerte gripe. Era la quinta miembro del equipo que enfermaba a causa de las intermitentes lluvias que nos sorprendían, muchas veces, en medio de la fosa.
            Con Betty en cama, era la única antropóloga del equipo, por lo que tuve que acompañar al Agente Harris a una aldea de nativos para pedirles permiso para entrar en su territorio y conseguir permiso para excavar allí. Nos habían informado que había que había una fosa a un kilómetro de la aldea. Viajamos por al menos una hora, en la cual entablamos una intensa y acalorada discusión, primero sobre los nativos, luego sobre religión. Desde mi adolescencia decidí renegar de la religión que me habían inculcado mis padres y me automanifestaba atea, pero en realidad, lo que me pasaba, y aún me pasa, es que, luego de conocer varias religiones, ninguna lograba llenarme por completo; a diferencia de Marvin, que era completamente católico.
            Al llegar a la aldea, nos presenté y pedí cordialmente que me llevaran ante su jefe. En el ínterin, muchos aldeanos se nos acercaron. Hombres, mujeres y niños curiosos nos abarrotaron de preguntas, las cuales respondimos, y de obsequios y extrañas propuestas, las cuales rechacé con respeto. Al llegar el jefe de la aldea, cuyo  nombre era Jigack, le ofrecimos tabaco, para demostrar que éramos amigables e hicimos nuestro pedido.
            Jigack aceptó nuestro obsequio y me dijo que si queríamos cavar en su territorio, deberíamos esperar a que el gran dios de la tierra les diera el consentimiento, por lo que presenciamos, yo maravillada y Marvin con cara que denotaba confusión y extrañamiento, un ritual en donde los ancianos más sabios de la comunidad se contactaban con su dios. Luego del ritual, el jefe me invitó a entrar a su choza, junto a los ancianos, en la cual yo hacía preguntas al dios y éste, por medio de los ancianos, me respondía. Luego de un rato de estar en la chiza, en la cual aspiré muchas esencias que me hicieron gotear los ojos, conseguí el permiso.
            Al salir, me encontré con un consternado Marvin Harris, el cual me miró, se acercó y guardó silencio. Me sequé los ojos y la nariz con el pañuelo que me ofreció, para luego decirle:
            - Tenemos el permiso.
            - ¿De veras? ¿Cómo hiciste? No parecían muy felices en… esa ceremonia.
            Yo sonreí, su cara me daba una ternura tremenda, no podía evitarlo; lo tomé del brazo y, mientras caminábamos hacia el coche, le respondí:
            - No hay culturas superiores ni inferíos, Harris, sólo diferentes. Esa es la premisa básica de la Antropología, y para conocer sobre esas culturas diferentes fue que estudié. Es algo que la mayoría de la gente no entiende, pero para mí, esa frase es una filosofía de vida.
            Lo miré, al tiempo que sonreía aún más. Él me miró con ojos brillosos y dibujó en su rostro una dulce sonrisa. Fue entonces que lo descubrí: yo no era la única que me hipnotizaba con sus ojos, con su sonrisa y con sus palabras, él también lo hacía.

continuará...

24 ago 2011

Cronicas de una Guerra - Epílogo -

Hola! Después de un laaaargo tiempo sin escribir historias originales, vuelvo con mi (hasta ahora) más grande proyecto... forma parte de una saga que llamaré "Saga Crónicas", esta nueva historia está relacionada con "Cronicas de una traidora", si la leyeron, ya verán el porque, aunque no es necesario haberla leido para entender esta... Está en proceso de escritura, asique puede que tarde en actualizar, pero bueno... Espero que lo lean y les guste... ^^


Epílogo.

El fuerte viento azotaba el ahora desolado paisaje. Lo que alguna vez había sido una tierra próspera, llena de vida y con cientos de personas caminando felizmente, ahora estaba completamente desierto, con escombros llenando cada rincón que se mirase. Sólo se veían dos almas en todo el área: una niña de apenas doce años, arrodillada, completamente envuelta en polvo y con magulladuras y cortes en todo el cuerpo y ropa; frente a ella, un enorme ser humanoide, de piel oscura y rodeado de una poderosa aura violácea, con ojos del color del fuego, que parecía haber salido del mismísimo infierno.
- ¿Vas a rendirte ahora pequeña Haddita?- dijo el ser con voz espeluznante.
La niña lo miró con odio, sus ojos, antes del color del agua, estaban ahora teñidos de un color rojizo de la misma intensidad que los del demonio. No respondió, simplemente intentó levantarse con los últimos vestigios de fuerza que le quedaban. El ser, al ver esto, lanzó una estridente carcajada.
- Parece que eso es un no… pero bueno, tú te lo pediste, Haddita- dijo en tono de respuesta, para luego apuntar con la palma de su mano a la niña.
La chica volvió a caer de rodillas, lanzando un desgarrador grito que inundó toda la zona. No había nada visible que pudiera causarle tal dolor, sólo unas pequeñas chispas rojas que salían de su cuerpo, al parecer, eso era lo que la estaba lastimando con tanta intensidad. Apoyó sus manos en la rojiza tierra. Ya no lo soportaba, el dolor era tan fuerte que creía que se le desgarrarían todos los músculos de su cuerpo en cualquier momento. De sus ojos comenzaron a brotar unas pequeñas lágrimas. No podía rendirse, aunque lo que más deseaba en ese momento era gritar pidiendo auxilio y que la sacaran de ese lugar, que la quitaran del frente a ese endemoniado ser, que la llevaran a su casa, que la dejaran en paz… Deseaba poder volver a su anterior vida, dormir tranquilamente, estar con sus amigos, con sus padres, comer y jugar felizmente, sin nada que la amenazase constantemente, sin el temor de perderlo todo en un abrir y cerrar de ojos…
Pero sabía que nada podían hacer, ya nadie la podía ayudar, ahora estaba sola, completamente sola. Sus amigos se habían ido para siempre, no regresarían, por más que ella gritase y llorase suplicándole al universo que volvieran a estar a su lado, no lo estarían. Porque ellos estaban muertos, muertos. Y todo por ese maldito demonio que sólo quería poder, poder y más poder.
Volvió a mirar al ser con odio. Sólo había una forma de intentar empezar de nuevo: eliminar a ese demonio.

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Un estridente sonido interrumpió su sueño. Los rayos de sol ya inundaban su habitación, pero no quería levantarse, hacía apenas dos horas que se había acostado. Se revolvió entre las sábanas y sacó un brazo para alcanzar la fuente del insoportable sonido. Sólo cuando se estiró lo suficiente, pudo alcanzar el teléfono celular que estaba apoyado en la mesa de noche, sonando y vibrando como loco. Lo tomó y apagó la alarma. Volvió a revolverse entre las sábanas y se sentó. Miró con odio y sueño a su entorno. No podía creer que ya fueran las ocho de la mañana.
Se levantó, se colocó sus pantuflas, fue al baño, se vistió, tomó su mochila y salió. Hacía un día hermoso: no había casi ninguna nube en el cielo, estaba cálido y soplaba una hermosa brisa otoñal. Respiró profundamente para luego mirar a su derecha: su amiga estaba caminando a su encuentro.
- ¡Hola!- le dijo alegremente ella, saludándola con un beso en la mejilla.
- Hola- le respondió, devolviéndole el saludo.
La chica, de cabello rubio rojizo y ojos color ámbar la miró con preocupación y le dijo, al tiempo que comenzaban a caminar:
- ¿Dormiste mal anoche? Tienes unas ojeras tremendas.
- Mas o menos, estuve con insomnio- mintió ella. En realidad se había acostado hacía dos horas, no porque quisiera ni porque no había podido dormir, sino porque había tenido que atender algunos “asuntos”.
- Ah… Tendrías que verlo con un médico, hace varias noches que tienes insomnio.
- Debe de ser por los exámenes, no te preocupes- le respondió, mostrándole una sonrisa.
Su amiga la miró, pero aunque su preocupación no se había desvanecido de su rostro, asintió dándole la razón.
Tenían dieciocho años, ambas. Se dirigían a la Facultad de Humanidades de una universidad estatal, estaban cursando el primer año de la carrera de Filosofía y Letras. Se habían conocido en el curso de nivelación, en el verano y se habían hecho muy amigas, ya que ambas provenían de ciudades alejadas de donde estudiaban y debían mantenerse cerca y unidas para poder hacer más llevadero todo. Su amiga se llamaba Sarah y hacía unas semanas había decidido que debía protegerla, ya que había empezado sentir que emitía cierta energía que conocía muy bien y que le había ocasionado varios incidentes, por así llamarlos, a lo largo de su corta vida. Continuaron caminando por el camino habitual, hablando lo más alegremente que se podía hablar a apenas unos diez minutos de despertar, ya que Sarah se levantaba de demasiado buen humor para su gusto, mientras que ella misma detestaba que le hablasen -o hablar- apenas se levantaba de la cama, especialmente si había dormido poco o nada en la noche.

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Debía eliminarlo, no tenía otra opción, sólo así podría sentir que había hecho algo por sus amigos, sólo así podía intentar volver a empezar… el demonio le devolvió la mirada, con una sonrisa maligna en su rostro. Ella volvió a levantarse y esta vez lo logró, se puso de píe ante el ahora atónito ser y comenzó a rodearse de un aura naranja con aspecto de fuego.
- ¡Ja! ¿Crees que con eso podrás hacerme algo?
- ¡Cállate!- gritó ella, con una voz que no era la suya- ¡Mataste a mis amigos, te llevaste lo más amaba en mi vida, arruinaste mi vida! ¿¡Crees que dejaré que continúes con tu maldita existencia!? ¡Claro que no! ¡Voy a aniquilarte, aunque sea lo último que haga!
El ser lanzó una risita- Parece que esto se pondrá interesante… ¡Vamos Haddita, tírame con lo mejor que tengas!
- ¡No me llames así!- gritó la niña, con una voz ya completamente distorsionada.
Sus ojos se habían vuelto completamente rojos, sólo se distinguían sus pupilas, que, aunque permanecían negras, estaban muy pequeñas y no eran completamente redondas, parecía que tuvieran aspas, como las de un ventilador. El aura que la rodeaba se convirtió en fuego verdadero, su piel se enrojeció, sus orejas se alargaron, como las de un elfo y sus uñas y dientes se engruesaron y volvieron puntiagudos y afilados, convirtiéndose en garras y colmillos. Ya no respiraba normalmente, más bien rugía con cada bocanada de aire que aspiraba y exhalaba. Ya no era ella misma, ahora el odio que mantenía encerrado en su corazón la controlaba. Aún así, en el costado izquierdo de su pecho, una luz suave comenzó a brillar: era su corazón.
- Parece que tu corazón está brillando… y en ese estado… interesante. Parece que te subestimé un poco, pequeña.
- ¡Deja de llamarme así! ¡Yo soy quien manda aquí, me entendiste, insignificante demonio de cuarta!- gritó en forma de respuesta la chica, con una voz endemoniada, al comentario del demonio.
El enorme ser abrió los ojos de par en par, estaba anonadado. Ahora ya no era ella, sino alguien más, era un demonio, el demonio, aquel que él había conocido hace tiempo y que había sido el causante de que permaneciera encerrado en un estuche diminuto por diez años. ¿Pero qué rayos hacía en el cuerpo de esa niña? Definitivamente Hadda era quien él creía que era, una poderosa guerrera y, además, la fuente de un enorme poder.

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Llegaron a la facultad luego de unos veinte minutos de caminata. Ella ya estaba completamente despierta y despejada, por lo que cuando su amigo Diego, un chico de cabello negro azabache y ojos marrón claro, dos años mayor que ellas y bastante bohemio, las saludó alegremente.
- ¡Hey, chicas! ¿Cómo están?
- Bien- respondió Sarah, saludándolo con un beso en la mejilla, como saludaba a todo el mundo.
- Bien- mintió una vez más ella, saludándolo con una sonrisa. Ella, a diferencia de su amiga, no era muy expresiva ni cariñosa.
Y quizás esa personalidad era resultado de los últimos siete años de su vida, porque desde que tenía apenas once, ciertas cosas extrañas y aterradoras comenzaron a ocurrir en su vida. Comenzando por ese día, comenzaron a haber ciertos “ciclos”, por así decirlo: todo estaba normal, luego algo asombroso pasaba, era feliz con sus amigos, compartía experiencias extrañas con ellos, y luego se iban, ellos o ella, para siempre, no podía volver a verlos, y entonces sufría por esta perdida. Era por eso que había empezado a no formar lazos tan estrechos con las personas, especialmente ahora y con ellos, ya que seguramente en un tiempo, debería despedirse, o mejor dicho, desaparecer de ese lugar sin dejar rastro, ningún rastro.
Esa era su vida, aparecer, conocer gente, resolver algunos problemas y luego irse, preferiblemente borrando la memoria sobre sí misma de la gente que había conocido. Y así era desde ese día en que eliminó al demonio que había asesinado a sus primeros verdaderos amigos. Desde ese día, su vida eran pequeñas películas de una saga sin sentido alguno.

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El demonio observó a su par con cuerpo de niña y retrocedió unos pasos, probablemente ese era el único ser que lo hacía retroceder de semejante forma. Observó a la niña demonio, la cual había dibujado en su rostro una maliciosa sonrisa. De la nada, una enorme ola de energía surgió del cuerpo de Hadda y se concentró en una pequeña esfera que ella moldeaba entre sus manos. El demonio retrocedió un poco más, sabía que era lo que seguía: su muy probable aniquilación. Debía defenderse lo más que podía, por lo que rápidamente formó un escudo a su alrededor empleando la mayor parte de las energías que le quedaban, que era mucha.
Pero no sirvió de nada, ya que una vez que la esfera de energía estuvo lista, la niña la lanzó sin ningún esfuerzo hacia el demonio. Apenas chocó contra el escudo que protegía al endemoniado ser, la esfera se expandió, recubriendo dicho escudo y destrozándolo por completo, luego volvió a concentrarse en forma de esfera y golpeó al demonio. Apenas tocó su piel, la energía ingresó por cada poro, internándose en cada célula, destruyendo al demonio desde adentro.

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Así era, aunque ahora pretendía vivir una vida normal como cualquier chica de su edad, cursando materias en la universidad y hablando alegremente con sus compañeros, ella poseía, en realidad, un peculiar poder. Poder que había descubierto que tenía a los diez años, cuando se había encontrado con quien luego sería su paternal maestro. Él le había abierto la mente a un nuevo mundo de nuevos seres y experiencias que los humanos no podían vivir. Porque ella, al igual que su maestro, y miles de otros seres en el universo, no era humana, era un Ser Mágico. Seres con cualidades diferentes a los humanos y, en realidad, eran quienes habían surgido antes y habían dado lugar a éstos en la historia del universo.
Su madre también había sido un Ser Mágico, pero no su padre, por lo que ella era en realidad una híbrida, cosa que era muy común en esos días. Pero además, pertenecía, junto a otros seis seres mágicos, a una elite de guerreros, conocida como los Guerreros Mágicos, cuya misión era proteger a los seres de las fuerzas que intentaran dominarlos, ya sean fuerzas del bien como del mal. Eran ellos, sus amigos, los Guerreros Mágicos, quienes habían muerto a causa de un maldito demonio, quien había arruinado su vida.
Pero por sobre todas las cosas, lo que más le había cambiado su forma de vivir y pensar, era un extraño poder que poseía encerrado en su interior. Aún no sabía con exactitud la naturaleza de ese poder, pero al parecer, era a causa de un demonio. Sea como fuere, este poder se salía de control con relativa frecuencia y, cuando lo hacía, ella no tenía control sobre sí misma ni sobre sus poderes.
Era por eso que últimamente no podía dormir por las noches. Cada día, cuando los humanos que la rodeaban ya no estaban presentes, ella marchaba a donde su maestro para intentar controlar ese poder y tratar de descifrar su naturaleza.
- ¡Hey, Candance, Candance!- Diego la estaba llamando, caminaba por inercia, ya que su mente estaba en aquel otro mundo.
- ¿Eh? Perdón- se disculpó.
- ¿Vendrás o no?
- ¿A dónde?
Los dos chicos se miraron, siempre les hacía lo mismo, era tan sumisa en sus pensamientos que a veces se olvidaba completamente que estaba con ellos y los ignoraba completamente.
- Al Aconcagua- respondió con ironía el chico- ¿A dónde va a ser? A mi casa, querida- agregó, despeinándola en señal de cariño, como regañando a un hermano menor.
- ¡Oh, sí, por supuesto!- dijo Candance en forma de respuesta, sonrió a los otros dos y prosiguieron su caminata hacia la casa del morocho.

Cuando su madre murió ella tenía apenas dos años, por lo que fue enviada a vivir con primos de la mujer, los cuales la criaron con cariño, pero, cumpliendo los deseos de la joven, nunca le dijeron nada acerca de su verdadera naturaleza y, para que pudiera vivir en un país de humanos, le dieron el nombre de Candance, en honor a la naturaleza de su poder.

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Tras uno minutos, el ser se desvaneció, ya que todas sus células habían explotado una por una a causa del devastador poder de la chica. Lo único que quedó fue una pequeña fuente de luz negra encerrada en una especie de capsula de color rojo oscuro, la cual cayó al suelo, casi sin hacer ruido. Ahora eso era lo único que quedaba del poderoso demonio y, para asesinarlo de una vez por todas, debía romper ese objeto, que contenía todo el poder y la energía del demonio.
En cuanto el pequeño estuche cayó al suelo, la chica cayó de rodillas, volviendo a la normalidad. Sus ojos dejaron de ser rojos y volvieron a ser celestes y el aura de fuego se desvaneció por completo. Ahora sólo estaba ella en ese inmenso y desolado lugar. Una suave brisa comenzó a soplar y la niña respiró profundamente: al fin el aire era suave y limpio.
A los pocos segundos, un hombre apareció a unos metros de ellas y se le acercó corriendo. Parecía tan exhausto como lo estaba ella, también estaba cubierto de polvo y con magulladuras, cortaduras y quemaduras por todo su cuerpo, además de que su ropa tenía manchas de sangre en varios lugares.
- ¡Hadda! ¿Estás bien? ¿Me escuchas? ¡Respóndeme, por favor! ¿Cómo te encuentras? Dime- le dijo desesperado, tomándola por los hombros y mirándola a los ojos. Se había arrodillado para estar a su altura.
Ella lo miró. Sus ojos eran violetas, al igual que la hermosa túnica que estaba usando, su cabello era plateado y, aunque era mucho más grande que ella -quizás tendría entre cincuenta y sesenta años, sino más- parecía ser apenas un adolescente.
- ¿Hadda?
- Él murió, creo- respondió casi en un susurro la niña-. Pero… no sé que me pasó, fue muy extraño…
- Si, lo sé, pude verlo.
- ¿Por qué no vino a ayudarme, Mago Magick?- preguntó con lágrimas en los ojos y una voz neutra, sin emociones.
- Porque no pude- respondió él, también con lágrimas brotándole de esos extraños ojos-. Ese maldito había creado un campo de fuerza alrededor de su campo de batalla para que nadie interfiriera, él en verdad quería acabar con ustedes.
- Y lo logró.
- ¿Pero qué dices Hadda? Tú estás viva, estás bien, tú--
- ¡Ellos murieron! ¡Mis amigos murieron! ¡Cómo puede estar tan tranquilo cuando todos los Guerreros Mágicos han muerto!- gritó la chica, resistiéndose a llorar.
- No…- dijo el Mago, abrazándola fuertemente- No todos han muerto, mi querida Hadda, tú sigues viva, y mientras sea así, ellos también lo estarán- la separó unos centímetros de su pecho y la miró a los ojos, esos ojos cristalinos como el agua, que había heredado de su padre y ahora amenazaban con rebalsarse- ¿Ves el corazón mágico del Lord? Ve y destrúyelo, y entonces los Guerreros Mágicos, tus amigos, vivirán dentro de ti para siempre.
Ella lo miró y luego miró el estuche. Sin decir nada se levantó y caminó lentamente hasta él. Tomo el corazón del demonio, era tan pequeño que cabía en la palma de su mano sin dificultades. Miró al objeto con odio, ahí dentro se encontraba la esencia de quien había matado a sus amigos, pero también la esencia de ellos estaba ahí, ya que cuando un Ser Mágico mata a otro, absorbe su esencia.
Tenía dos formas de destruirlo. Una era romperlo con sus propias manos, así ella absorbería la esencia contenida en su interior y, como había dicho su maestro, haría que sus amigos, pero también ese maldito demonio, vivieran dentro de ella. Y la otra era destruirlo con algún poder o por medio de un arma, en ese caso la esencia se esparciría por el universo, volviendo al lugar de donde había surgido: el Fuego Primigenio.
Volvió a mirar con odio al objeto y luego levantó la vista, para que la suave brisa le diera en la cara… Haría que ese maldito demonio pagara por arrebatarle la vida a sus amigos, sabía que la haría…

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La casa de Diego era la típica casa de estudiante soltero: pequeña pero cómoda, una cama simple, una pequeña mesa redonda con cuatro sillas, heladera prácticamente vacía, platos esparcidos por toda la cocina, tanto limpios como sucios, y zapatos, ropa, hojas fotocopiadas de libros y libros enteros sueltos y tirados por el piso y cama.
Las dos chicas rieron un poco al entrar, mirando acusadoramente al chico, pero él no les hizo caso, ellas mismas vivían en las mismas condiciones, especialmente en ésa época, la de exámenes.
Se sentaron a la mesa y comenzaron con sus actividades, luego de comer un poco.
Candance estaba concentrada en su libro, pero en realidad estaba pensando en ese día en el que había tenido el corazón de primer gran enemigo en sus manos, ese día en el que había tenido que decidir sobre la vida de otro, sobre si debía asesinarlo o no, si debía dejar que su esencia, junto a la de sus amigos, volviera a su lugar de origen o se quedara con ella.
Definitivamente, ahora sabía que la opción que había tomado era la correcta.

Continuará.... 

26 may 2011

Corps and Love -Segunda Parte- Cap 2


Capítulo 2:

El primer día en Kibuye era día libre. Pero con el correr del tiempo descubrí que durante una excavación no existen los días libres en el sentido estricto de la palabra, y ese primer día no fue la excepción. Muy temprano en la mañana, mientras desayunábamos en el pequeño comedor de la casita junto a la Dra. Meggers y otros miembros del equipo, el Agente Harris apareció y nos dijo que nos llevaría al lugar de la fosa.
Cuarenta y cinco minutos después estábamos parados frente a una explanada en donde se veían algunos restos muy blancos que brillaban con el Sol, suspiré profundo y miré a mi mentora, la cual me dijo en forma de respuesta:
- Acostúmbrate al paisaje Sarah, estaremos aquí las próximas semanas.
- Lo se...
- Oigan, cerebritos- Harris apareció a nuestras espaldas, hablándonos con un tono altanero-, los de logística preguntan algo sobre las excavadoras o algo así...
Giré sobre mis talones u lo miré algo amenazadoramente, detestaba cuando alguien me hablaba en ese tono, especialmente si era un hombre como aquél; me hacía sentir como una insignificante hormiguita enfrentando a un enorme escarabajo. Me llevaba una cabeza y media, pero aún así lo enfrenté y le hablé en un tono que decía a gritos que con migo no podía meterse:
- ¿A quién llamaste cerebrito? Y debes referirte a las cavadoras hidráulicas, diles que no los necesitaremos hasta que logremos recuperar todos los restos de superficie.
Él alzó una ceja y miró a la Dra. Meggers, la cual le devolvió una sonrisa pícara y egocéntrica a la vez, que denotaba orgullo. Marvin infló el pecho, clavó sus profundos ojos grises en los míos y respondió:
- Como digas... pero, ¿sabes? Acabo de olvidar quién eras...- terminó con una exasperante superioridad.
Resoplé, giré bruscamente y, comenzando a bajar hacia la explanada, respondí:
- Soy la alumna de la Dra. Meggers, ¡no me molestes!
Él lanzó un suspiro de risa. Nuestra relación acababa de empezar con el pie izquierdo.

Comencé a caminar por el pedregoso suelo, había cientos de huesos: cráneos, costillas, fémures... Todos esparcidos desordenadamente. Definitivamente íbamos a tardar en juntar y ordenarlos a todos, y aún más en identificarlos, pero pensé para mis adentros que mientras el egocéntrico agente de la ONU se mantuviera alejado, podría trabajar felizmente.

No podía haber estado más equivocada. Mis expectativas, desde que Betty me había informado de nuestra misión, eran que trabaría junto a médicos, patólogos, fotógrafos y arqueólogos, todos científicos y profesionales. Pero no sólo ellos formaban parte del equipo, también había periodistas, sociólogos, incluso abogados y, sí, también tipos de oficina, como Marvin Harris. En verdad no podía creer que tipos que habían estado toda su vida sentados en un escritorio, llevando papeles, atendiendo y haciendo llamadas, estuvieran ahí, en el campo, entre todos esos cadáveres, entre esas personas a las que muchos consideran menos, sólo por pertenecer a un país africano, por no saber hablar ingles, por no entender a que se refieren cuando dicen “GPS”.
Durante el primer mes de excavación, nos dedicamos a los restos superficiales. Era un trabajo arduo, pasábamos horas de cuclillas bajo un Sol abrazador recogiendo y catalogando cada hueso que veíamos, para luego ubicarlo en una bolsa para evidencias, colocarle un número de serie y llevarlo a los depósito para su posterior análisis en el laboratorio.
Al comenzar el segundo mes, cuando nos disponíamos al fin a excavar para comenzar con los cadáveres de profundidad, el clima nos dio la espalda. Era fines de febrero y la temporada de tormentas había comenzado. El veintiséis de febrero mi despertador sonó como siempre a las cinco treinta de la madrugada y mis pensamiento e vieron interrumpidos por un gran estruendo. Salí de mi habitación y me encontré con la Dra. Meggers.
- Sarah, puedes seguir durmiendo si quieres, hoy sí tendremos un día libre, ha estado lloviendo desde medianoche y no parece que quiera parar.
Volví a la cama entre agradecida y enojada. El Sol de los días anteriores había comenzado a afectarme, por lo que me sentía un poco afiebrada, pero también sentía la necesidad de continuar con la excavación. Hacía dos días había tenido en mis manos un cráneo de un niño de no más de diez años, con una herida cortante en el occipital, lo cual me había puesto furiosa e impotente y sentía que si no seguía con la excavación, las miles de almas masacradas en el genocidio jamás decantarían en paz.
Me levanté cerca de las diez de la mañana y al bajar a desayunar me encontré con Teddy Jonson, un alegre y chistoso fotógrafo del cual me había hecho muy amiga, jugando a las cartas nada más ni nada menos que con el Agente Harris.
- Buenos días Sarah- me saludó alegremente Teddy.
- ¿Cómo has dormido, ojitos?- dijo también el hombre de la ONU.
- Buenos días, ¿cómo estás hoy Teddy?- respondí yo, ignorando olímpicamente al otro. Básicamente me agradaba más cuando Harris estaba con la boca cerrada.
- Mucho mejor por suerte, parece que la fiebre se ha ido al fin.
- Me alegro- dije, luego lo besé en la mejilla y me senté a su lado.
Harris lanzó una mirada furtiva al fotógrafo.
- ¿Acaso el Sol no piensa salir hoy?- comenté.
- Así es el clima de Ruanda, Mead- me respondió Marvin-, cuando es época de tormentas, en verdad es época de tormentas.
Lo iré algo extrañada, por primera vez no usaba un tono sobrador para dirigirse a mi- ¿Ha estado antes en Ruanda, Harris?
- Muchas veces- respondió él, al tiempo que barajaba el mazo que tenía en sus manos-. Desde que la ONU decidió reabrir el caso del genocidio hace tres años he estado viviendo alternativamente entre Kibuye y Washington.
- Interesante- él me miró extrañado-. Creí que eras como esos tontos de logística, que no habían salido nunca de sus oficinas hasta ahora.
Él lanzó un suspiro de risa- No me agradan mucho las oficinas, me gusta estar en el campo, donde ocurre lo interesante y “divertido”- dijo, haciendo un gesto de comillas con las manos al decir divertido; sabía a qué se refería.
- Parece que ustedes dos tienen más en común de lo que pensaban- comentó alegremente Teddy, por lo que ambos lo miramos-. Aman estar en el campo, se malhumoran con la lluvia y no les agrada cuando otros les hablan con despecho.
Miré al agente con sorpresa y, con asombro, observé la misma cara en él. nos miraos en silencio un largo rato, mientras él repartía las cartas entre nosotros. Fue entonces cuando comprendí que había sido algo injusta al juzgarlo y entonces, el Aura hipnotizante del aeropuerto, del día en que lo conocí, volvió a envolverme.... Extrañamente ese Aura no volvió a desaparecer y poco a poco, en los días que pasaron, nuestra relación fue cambiando, convirtiendo el despecho y el incipiente odio en curiosidad y algo más...

...Continuará...

23 mar 2011

Corps and Love Segunda parte, cap 1

Capítulo 1:


Los niños siempre tienen sueños, y poco a poco esos sueños se convierten en metas, en objetivos… o simplemente se esfuman con el tiempo. De niña siempre soñaba con encontrar el amor, encontrar el príncipe azul y con el tiempo la vida hizo que ese sueño se desvaneciera poco a poco y se reemplazara por otro. Otro que mutó y se convirtió en mi meta, en mi objetivo personal. Gracias a grandes esfuerzos, mi meta se fue cumpliendo poco a poco, y me sorprendí cuando a partir de esa meta, que nada tenía que ver con mi pequeño sueño, esté se hizo mágicamente realidad.

Hace unos meses, trabajaba junto a mi mentora, la Doctora Betty Meggers, en el laboratorio forense de la Universidad de Pensilvania, cuando ella misma me hizo un gran anuncio:
- Nos vamos a Ruanda.
- ¿Co-Cómo? ¿A Ruanda?
La mujer de rizos rubios sonrió  me explicó que había sido convocada por la ONU para trabajar en fosas comunes en el empobrecido país africano, y lo mejor de todo era que yo también había sido convocada, en calidad de asistente de la doctora.
Dos semanas después estaba parada en ele aeropuerto internacional de Kigali, con una valija con ropa a mi lado y un equipo fotográfico colgado de mi hombro. Me sentía extraña, era la primera vez que estaba en África, la primera vez que trabajaría con un equipo interdisciplinario, y la primera vez que trabajaría en algo tan importante. Por lo tanto, yo estaba ahí, parada, con miles de preguntas en mi cabeza, con mis piernas que temblaban como hojas a punto de caer de un árbol, cuando él apareció. De entre la multitud vislumbré a la Dra. Meggers, pero no estaba sola, a su lado caminaba enérgicamente un hombre de unos treinta años, de cabello negro azabache, facciones rudas pero hermosas y vistiendo un traje negro; llevaba unas cosas en su mano izquierda y en la derecha sostenía un teléfono celular, por el cual hablaba y no sonaba muy feliz.
Cuando se acercaron a mi, quedé completamente perdida en sus ojos, ojos de cristal, tan claros que parecían transparentes, con un dejo grisáceo alrededor de las pupilas. La Dra. Se me acercó y me dijo:
- Sarah, él es el Agente Harris, de la ONU, estará con nosotras y los demás miembros del equipo durante la misión, tanto como protección como para encargarse de cualquier asunto diplomático que surja.
Yo asentí y lo miré, al tiempo que él colgaba con su interlocutor. Guardó su celular en el bolsillo interno del saco y, sonriendo, me ofreció su mano, la cual tomé.
- Mi nombre es Marvin Harris, un placer conocerte…
- Sarah- dijo yo- Sarah Mead, igualmente.
Su voz grave pero suave se quedó en mis oídos por un tiempo, así como su aroma, que llegó hasta mí gracias a una ráfaga de aire venida de quien sabía donde.
Marvin nos escoltó hasta la salida y luego nos llevó, en un auto provisto por la ONU, a Kibuye, centro de nuestra misión. Durante el tiempo del viaje, él y la Dra. Meggers hablaron animadamente –aparentemente ya se conocían-, mientras yo observaba con interés el paisaje. Al llegar a la casa en la que viviríamos por al menos seis meses, el agente nos dejó todo lo necesario (credenciales, identificaciones, carnet de conducir, etc.) y se marchó. Pero, sin poder evitarlo, y casi inconscientemente, me quedé mirando fijo el punto en el cual su figura había desaparecido de la vista.
- ¡¿Sarah?!- la voz de Betty me sobresaltó- ¿Estás bien?
- Emm… si…
- ¿Segura?- la mujer me miró con una sonrisa pícara.
- Si, es sólo que necesito dormir, por el cambio de horario…
- Por supuesto…- me lanzó una mirada de complicidad, tomó sus cosas y subió las escaleras para dirigirse a las habitaciones.
Yo también tomé mi equipaje y subí, aún pensando en su aroma, en su vos, en sus ojos, en su cuerpo, en su presencia… Entré en la habitación y me tiré en la cama, agradeciendo que el día siguiente fuera un día libre, pero lo que aún no sabia era que una historia acababa de comenzar, una historia que no era sólo de cadáveres descompuestos en una fosa común.

...continuará...

13 mar 2011

Corps and love cap 3

Capítulo 3:

Hacía doce años creí haber amado a una mujer, la madre de mi hijo, pero después ambos nos dimos cuenta de que no era tal cosa. Mi hijo, al cual adoro con toda mi alma, había sido el fruto de un amor pasajero e infantil, un amor de una adolescencia tardía. Pero ahora, en ese momento, con sólo tener a mi lado a Sarah me sentía completo, como si una parte de mí que nunca había conocido estuviera dentro de ella: en verdad la amaba; lo sentía en mi corazón, en mi cuerpo y en mi alma.
Sarah hundió su rostro en mi pecho, yo la abracé fuertemente, con la cara apoyada en su cabello. Me embriagué en su perfume y por esos minutos que parecieron horas, incluso días, me olvidé completamente de que estábamos en una casucha de Kibuye que apenas podía mantenerse en pié. Nos volvimos a separar, le tomé el rostro con ambas manos y, volviéndola a mirar a los ojos le dije:
- Se que es una locura, pero te amo.
Ella abrió los ojos de par en par.
- Ha… Marvin… yo… tú… tienes un hijo y… yo nunca podría…
- Todo estará bien. Solo quiero saber que es lo que sientes, eso es lo único que me importa.
- Mi corazón late como nunca antes, cada una de las células de mi cuerpo tiembla, mi cerebro… mi cerebro acaba de olvidar las atrocidades que vio en esa fosa común… yo…- soltó un suspiro de risa- la Dra. Meggers dice que el amor es sólo una reacción química de nuestro cerebro y que el corazón…
- Es solo un músculo- terminé yo, con una sonrisa. Había escuchado esa frase muchas veces en boca de la Dra. Meggers.
Ella sonrió- Sí, así es.
La miré extrañado, esperando una respuesta.
- Pero si hay algo que la ciencia jamás podrá explicar, por más que lo intente, son los sentimientos humanos…
Sonreí débilmente. Es costumbre de los científicos decir las cosas indirectamente. Ella rodeó mi cuello con sus brazos y me dio un suave, dulce y pequeño beso en los labios.
- Sé que es irracional, pero por primera vez en mi vida no me interesa, porque también te amo.
Esta vez fui yo quien soltó el suspiro de risa. Volvimos a besarnos, justo antes de que alguien golpeara la puerta. Nos separamos, Sarah dijo que podía pasar y la Dra. Meggers, vestida con un mono azul, con guantes de látex puestos y con una gorra en la que había ocultado todo su ondulado cabello rubio, irrumpió en la habitación.
- Sarah, te necesito en la fosa, hemos llegado a los cuerpos saponificados y necesito de tus conocimientos en Arqueología para sacarlos.
- Claro Dra. Meggers, enseguida voy.
La doctora sonrió, me miró y dijo:
- Será mejor que no vengas hoy Harris, no te gustará.
- ¿Por qué? ¿Qué son cuerpos saponificados?
- Cuerpos en descomposición, todavía tienen la carne tierna y apestan- me contestó Sarah.
Yo arrugué la nariz. Meggers rió y salió. Sarah también rió, tomó el mono azul que estaba sobre su cama, me besó velozmente y dijo:
- Te veo por la noche, y espero no oler a podrido.
- Yo igual- contesté, sonriente y feliz como nunca antes, aún sabiendo que cruzando una polvorosa calle de tierra había una fosa común llena de cadáveres de víctimas de genocidio sin identificar; pero también sabiendo que yo estaba ahí para ayudar a que los sabelotodo los hagan hablar, y entonces, quizás, hacer que sus familias vuelvan a sonreír como yo sonreí al escuchar esas dos sencillas palabras pronunciadas por la serena voz de una de esas sabelotodo: “Te amo”.

11 mar 2011

Corps and Love cap 2

Capitulo 2:

Hacía dos meses que la conocía. Mi primera impresión fue como la que tengo de todos los científicos: que era una excéntrica, una engreída, una mantenida, una niña de mamá, una sabelotodo sin el mínimo interés en gente como yo, que a duras penas había podido ir a una universidad estatal de poco renombre. Y esa primera impresión se mantuvo por unas dos semanas, hasta que mi compañera y su profesora, la Dra. Meggers, cayera en cama por dos días a causa de una gripe. La Dra. Meggers es una importante y reconocida antropóloga, Sarah es su alumna de posgrado y yo, un simple policía, y un sobreviviente de la absurda guerra de Irak.
Se preguntarán porque un policía tiene como compañera a una doctora en Antropología, sencillo: Organización de Naciones Unidas. Soy un policía norteamericano que trabaja para la ONU junto a Antropólogos, Médicos, Sociólogos, Abogados y otra sarta de científicos y algún que otro funcionario importante, o no tanto, intentando resolver crímenes contra la humanidad. Sarah y la Dra. Meggers trabajan en la recuperación e identificación de victimas y además, son portavoces de la ONU en ciertos grupos culturales no occidentales a los que se les hace casi imposible aceptar que personas desconocidas irrumpan en sus territorios y desentierren los cadáveres de quienes quizás sean sus antepasados así como si nada.
En los dos días en que la Dra. Meggers estuvo en cama, acompañé a Sarah a una pequeña aldea de Ruanda para hablar con su líder y pedirle permiso pare excavar en las cercanías. Los nativos pueden ser muy hostiles frente a extraños, pero como Antropóloga que es, Sarah no tuvo problemas en comenzar a hablar con los aldeanos. Que puedo decir, la chica es una genio y sabe muchos idiomas, entre los que se encontraba el que hablaban en esa aldea. También conocía a la perfección las costumbres y formas de esas extrañas personas, por lo que los nativos no tardaron en ofrecerle hospitalidad, bocadillos, incluso vacas, dinero y hasta esposo. La amabilidad, cordialidad, sutileza, profesionalismo y humildad que demostró hasta frente a los niños de ese grupo de personas totalmente extraños me borró en un santiamén todos los prejuicios que tenía sobre ella.
Después de presenciar un extraño ritual y de hablar una hora con el jefe, Sarah consiguió el premiso y la bendición para excavar en la zona. Cuando le pregunté como lo había logrado, ella respondió con sencillez, pero con pasión en su voz y sus ojos:
- No hay culturas superiores o inferiores Harris, solo diferentes. Esa es la premisa básica de la Antropología y para conocer sobre esas culturas diferentes fue que estudié. Es algo que la mayoría de la gente no entiende, pero para mí esa frase es una filosofía de vida.
Nunca olvidaré esas palabras, esas palabras salidas de una joven de veintitrés años, de largo cabello castaño y ojos color verde esmeralda, vestida con una simple remera lisa y unos jeans llenos de tierra.

..continuará...

6 mar 2011

Corps and Love capítulo 1

Capítulo 1
 
Mis labios se posaron suavemente en los suyos, mis manos aferraron suave pero posesivamente su cintura, sus delicadas manos sujetaban dulcemente los bordes de mi traje negro. En un momento que me pareció una eternidad, sus músculos, que estaban tensos, se aflojaron. Sus deliciosos labios se acostumbraron a los míos y me aceptaron. Fue entonces cuando una oleada de su exquisito perfume llegó a mí y me inundó, haciendo que mi mente flotara y que me olvidara completamente del infinito abismo que siempre creí que nos separaba. Separé un poco mis labios y lentamente fui deslizando mi lengua, abriendo poco a poco su delicada boca. Para mi sorpresa, su respuesta fue inmediata y positiva: sus labios se abrieron, y mi lengua se abrió paso como una serpiente entrando en su refugio. Pronto encontré la suya y ambas comenzaron a danzar vivazmente. Mis brazos la empujaron más hacia mí y sus manos estrujaron más mi saco
Sentí como su respiración se incrementaba velozmente, al igual que la mía y que los latidos de mi corazón. Aparté su rostro del mío por unos segundos, para poder mirarla a los ojos. Sus ojos, esos preciosos, brillantes y misteriosos ojos verde esmeralda me miraban y sentí que por lo menos esa vez, ella era mía, toda mía.
- Harris…- murmuró tímidamente.
-Shh…- la silencié yo- hoy no somos Harris y Mead, Sarah, hoy somos simplemente tu y yo, yo y tu, Marvin y Sarah, solo eso- le dije, también en susurros, antes de volver a besarla.
Esta vez sus manos estaban en mi nuca. Yo la llevaba una cabeza de altura, por lo que ella estaba parada de puntitas. Su cuerpo se pegó al mío y pude sentir el volumen de sus pechos contra el mío. Su corazón latía a mil por hora, y no era para menos, estaba besándose con migo; yo, un hombre diez años mayor que ella, que tenía un hijo de la mitad de su edad y que por si fuera poco, debía ver casi todos los días en su trabajo… ¿Cómo podía estar pasando esto? Yo tampoco lo entendía, pero aún así, sabía y estaba conciente de que era real, tan real como que el sol sale todas las mañanas…