23 mar 2011

Corps and Love Segunda parte, cap 1

Capítulo 1:


Los niños siempre tienen sueños, y poco a poco esos sueños se convierten en metas, en objetivos… o simplemente se esfuman con el tiempo. De niña siempre soñaba con encontrar el amor, encontrar el príncipe azul y con el tiempo la vida hizo que ese sueño se desvaneciera poco a poco y se reemplazara por otro. Otro que mutó y se convirtió en mi meta, en mi objetivo personal. Gracias a grandes esfuerzos, mi meta se fue cumpliendo poco a poco, y me sorprendí cuando a partir de esa meta, que nada tenía que ver con mi pequeño sueño, esté se hizo mágicamente realidad.

Hace unos meses, trabajaba junto a mi mentora, la Doctora Betty Meggers, en el laboratorio forense de la Universidad de Pensilvania, cuando ella misma me hizo un gran anuncio:
- Nos vamos a Ruanda.
- ¿Co-Cómo? ¿A Ruanda?
La mujer de rizos rubios sonrió  me explicó que había sido convocada por la ONU para trabajar en fosas comunes en el empobrecido país africano, y lo mejor de todo era que yo también había sido convocada, en calidad de asistente de la doctora.
Dos semanas después estaba parada en ele aeropuerto internacional de Kigali, con una valija con ropa a mi lado y un equipo fotográfico colgado de mi hombro. Me sentía extraña, era la primera vez que estaba en África, la primera vez que trabajaría con un equipo interdisciplinario, y la primera vez que trabajaría en algo tan importante. Por lo tanto, yo estaba ahí, parada, con miles de preguntas en mi cabeza, con mis piernas que temblaban como hojas a punto de caer de un árbol, cuando él apareció. De entre la multitud vislumbré a la Dra. Meggers, pero no estaba sola, a su lado caminaba enérgicamente un hombre de unos treinta años, de cabello negro azabache, facciones rudas pero hermosas y vistiendo un traje negro; llevaba unas cosas en su mano izquierda y en la derecha sostenía un teléfono celular, por el cual hablaba y no sonaba muy feliz.
Cuando se acercaron a mi, quedé completamente perdida en sus ojos, ojos de cristal, tan claros que parecían transparentes, con un dejo grisáceo alrededor de las pupilas. La Dra. Se me acercó y me dijo:
- Sarah, él es el Agente Harris, de la ONU, estará con nosotras y los demás miembros del equipo durante la misión, tanto como protección como para encargarse de cualquier asunto diplomático que surja.
Yo asentí y lo miré, al tiempo que él colgaba con su interlocutor. Guardó su celular en el bolsillo interno del saco y, sonriendo, me ofreció su mano, la cual tomé.
- Mi nombre es Marvin Harris, un placer conocerte…
- Sarah- dijo yo- Sarah Mead, igualmente.
Su voz grave pero suave se quedó en mis oídos por un tiempo, así como su aroma, que llegó hasta mí gracias a una ráfaga de aire venida de quien sabía donde.
Marvin nos escoltó hasta la salida y luego nos llevó, en un auto provisto por la ONU, a Kibuye, centro de nuestra misión. Durante el tiempo del viaje, él y la Dra. Meggers hablaron animadamente –aparentemente ya se conocían-, mientras yo observaba con interés el paisaje. Al llegar a la casa en la que viviríamos por al menos seis meses, el agente nos dejó todo lo necesario (credenciales, identificaciones, carnet de conducir, etc.) y se marchó. Pero, sin poder evitarlo, y casi inconscientemente, me quedé mirando fijo el punto en el cual su figura había desaparecido de la vista.
- ¡¿Sarah?!- la voz de Betty me sobresaltó- ¿Estás bien?
- Emm… si…
- ¿Segura?- la mujer me miró con una sonrisa pícara.
- Si, es sólo que necesito dormir, por el cambio de horario…
- Por supuesto…- me lanzó una mirada de complicidad, tomó sus cosas y subió las escaleras para dirigirse a las habitaciones.
Yo también tomé mi equipaje y subí, aún pensando en su aroma, en su vos, en sus ojos, en su cuerpo, en su presencia… Entré en la habitación y me tiré en la cama, agradeciendo que el día siguiente fuera un día libre, pero lo que aún no sabia era que una historia acababa de comenzar, una historia que no era sólo de cadáveres descompuestos en una fosa común.

...continuará...

13 mar 2011

Corps and love cap 3

Capítulo 3:

Hacía doce años creí haber amado a una mujer, la madre de mi hijo, pero después ambos nos dimos cuenta de que no era tal cosa. Mi hijo, al cual adoro con toda mi alma, había sido el fruto de un amor pasajero e infantil, un amor de una adolescencia tardía. Pero ahora, en ese momento, con sólo tener a mi lado a Sarah me sentía completo, como si una parte de mí que nunca había conocido estuviera dentro de ella: en verdad la amaba; lo sentía en mi corazón, en mi cuerpo y en mi alma.
Sarah hundió su rostro en mi pecho, yo la abracé fuertemente, con la cara apoyada en su cabello. Me embriagué en su perfume y por esos minutos que parecieron horas, incluso días, me olvidé completamente de que estábamos en una casucha de Kibuye que apenas podía mantenerse en pié. Nos volvimos a separar, le tomé el rostro con ambas manos y, volviéndola a mirar a los ojos le dije:
- Se que es una locura, pero te amo.
Ella abrió los ojos de par en par.
- Ha… Marvin… yo… tú… tienes un hijo y… yo nunca podría…
- Todo estará bien. Solo quiero saber que es lo que sientes, eso es lo único que me importa.
- Mi corazón late como nunca antes, cada una de las células de mi cuerpo tiembla, mi cerebro… mi cerebro acaba de olvidar las atrocidades que vio en esa fosa común… yo…- soltó un suspiro de risa- la Dra. Meggers dice que el amor es sólo una reacción química de nuestro cerebro y que el corazón…
- Es solo un músculo- terminé yo, con una sonrisa. Había escuchado esa frase muchas veces en boca de la Dra. Meggers.
Ella sonrió- Sí, así es.
La miré extrañado, esperando una respuesta.
- Pero si hay algo que la ciencia jamás podrá explicar, por más que lo intente, son los sentimientos humanos…
Sonreí débilmente. Es costumbre de los científicos decir las cosas indirectamente. Ella rodeó mi cuello con sus brazos y me dio un suave, dulce y pequeño beso en los labios.
- Sé que es irracional, pero por primera vez en mi vida no me interesa, porque también te amo.
Esta vez fui yo quien soltó el suspiro de risa. Volvimos a besarnos, justo antes de que alguien golpeara la puerta. Nos separamos, Sarah dijo que podía pasar y la Dra. Meggers, vestida con un mono azul, con guantes de látex puestos y con una gorra en la que había ocultado todo su ondulado cabello rubio, irrumpió en la habitación.
- Sarah, te necesito en la fosa, hemos llegado a los cuerpos saponificados y necesito de tus conocimientos en Arqueología para sacarlos.
- Claro Dra. Meggers, enseguida voy.
La doctora sonrió, me miró y dijo:
- Será mejor que no vengas hoy Harris, no te gustará.
- ¿Por qué? ¿Qué son cuerpos saponificados?
- Cuerpos en descomposición, todavía tienen la carne tierna y apestan- me contestó Sarah.
Yo arrugué la nariz. Meggers rió y salió. Sarah también rió, tomó el mono azul que estaba sobre su cama, me besó velozmente y dijo:
- Te veo por la noche, y espero no oler a podrido.
- Yo igual- contesté, sonriente y feliz como nunca antes, aún sabiendo que cruzando una polvorosa calle de tierra había una fosa común llena de cadáveres de víctimas de genocidio sin identificar; pero también sabiendo que yo estaba ahí para ayudar a que los sabelotodo los hagan hablar, y entonces, quizás, hacer que sus familias vuelvan a sonreír como yo sonreí al escuchar esas dos sencillas palabras pronunciadas por la serena voz de una de esas sabelotodo: “Te amo”.

11 mar 2011

Corps and Love cap 2

Capitulo 2:

Hacía dos meses que la conocía. Mi primera impresión fue como la que tengo de todos los científicos: que era una excéntrica, una engreída, una mantenida, una niña de mamá, una sabelotodo sin el mínimo interés en gente como yo, que a duras penas había podido ir a una universidad estatal de poco renombre. Y esa primera impresión se mantuvo por unas dos semanas, hasta que mi compañera y su profesora, la Dra. Meggers, cayera en cama por dos días a causa de una gripe. La Dra. Meggers es una importante y reconocida antropóloga, Sarah es su alumna de posgrado y yo, un simple policía, y un sobreviviente de la absurda guerra de Irak.
Se preguntarán porque un policía tiene como compañera a una doctora en Antropología, sencillo: Organización de Naciones Unidas. Soy un policía norteamericano que trabaja para la ONU junto a Antropólogos, Médicos, Sociólogos, Abogados y otra sarta de científicos y algún que otro funcionario importante, o no tanto, intentando resolver crímenes contra la humanidad. Sarah y la Dra. Meggers trabajan en la recuperación e identificación de victimas y además, son portavoces de la ONU en ciertos grupos culturales no occidentales a los que se les hace casi imposible aceptar que personas desconocidas irrumpan en sus territorios y desentierren los cadáveres de quienes quizás sean sus antepasados así como si nada.
En los dos días en que la Dra. Meggers estuvo en cama, acompañé a Sarah a una pequeña aldea de Ruanda para hablar con su líder y pedirle permiso pare excavar en las cercanías. Los nativos pueden ser muy hostiles frente a extraños, pero como Antropóloga que es, Sarah no tuvo problemas en comenzar a hablar con los aldeanos. Que puedo decir, la chica es una genio y sabe muchos idiomas, entre los que se encontraba el que hablaban en esa aldea. También conocía a la perfección las costumbres y formas de esas extrañas personas, por lo que los nativos no tardaron en ofrecerle hospitalidad, bocadillos, incluso vacas, dinero y hasta esposo. La amabilidad, cordialidad, sutileza, profesionalismo y humildad que demostró hasta frente a los niños de ese grupo de personas totalmente extraños me borró en un santiamén todos los prejuicios que tenía sobre ella.
Después de presenciar un extraño ritual y de hablar una hora con el jefe, Sarah consiguió el premiso y la bendición para excavar en la zona. Cuando le pregunté como lo había logrado, ella respondió con sencillez, pero con pasión en su voz y sus ojos:
- No hay culturas superiores o inferiores Harris, solo diferentes. Esa es la premisa básica de la Antropología y para conocer sobre esas culturas diferentes fue que estudié. Es algo que la mayoría de la gente no entiende, pero para mí esa frase es una filosofía de vida.
Nunca olvidaré esas palabras, esas palabras salidas de una joven de veintitrés años, de largo cabello castaño y ojos color verde esmeralda, vestida con una simple remera lisa y unos jeans llenos de tierra.

..continuará...

6 mar 2011

Corps and Love capítulo 1

Capítulo 1
 
Mis labios se posaron suavemente en los suyos, mis manos aferraron suave pero posesivamente su cintura, sus delicadas manos sujetaban dulcemente los bordes de mi traje negro. En un momento que me pareció una eternidad, sus músculos, que estaban tensos, se aflojaron. Sus deliciosos labios se acostumbraron a los míos y me aceptaron. Fue entonces cuando una oleada de su exquisito perfume llegó a mí y me inundó, haciendo que mi mente flotara y que me olvidara completamente del infinito abismo que siempre creí que nos separaba. Separé un poco mis labios y lentamente fui deslizando mi lengua, abriendo poco a poco su delicada boca. Para mi sorpresa, su respuesta fue inmediata y positiva: sus labios se abrieron, y mi lengua se abrió paso como una serpiente entrando en su refugio. Pronto encontré la suya y ambas comenzaron a danzar vivazmente. Mis brazos la empujaron más hacia mí y sus manos estrujaron más mi saco
Sentí como su respiración se incrementaba velozmente, al igual que la mía y que los latidos de mi corazón. Aparté su rostro del mío por unos segundos, para poder mirarla a los ojos. Sus ojos, esos preciosos, brillantes y misteriosos ojos verde esmeralda me miraban y sentí que por lo menos esa vez, ella era mía, toda mía.
- Harris…- murmuró tímidamente.
-Shh…- la silencié yo- hoy no somos Harris y Mead, Sarah, hoy somos simplemente tu y yo, yo y tu, Marvin y Sarah, solo eso- le dije, también en susurros, antes de volver a besarla.
Esta vez sus manos estaban en mi nuca. Yo la llevaba una cabeza de altura, por lo que ella estaba parada de puntitas. Su cuerpo se pegó al mío y pude sentir el volumen de sus pechos contra el mío. Su corazón latía a mil por hora, y no era para menos, estaba besándose con migo; yo, un hombre diez años mayor que ella, que tenía un hijo de la mitad de su edad y que por si fuera poco, debía ver casi todos los días en su trabajo… ¿Cómo podía estar pasando esto? Yo tampoco lo entendía, pero aún así, sabía y estaba conciente de que era real, tan real como que el sol sale todas las mañanas…