13 mar 2011

Corps and love cap 3

Capítulo 3:

Hacía doce años creí haber amado a una mujer, la madre de mi hijo, pero después ambos nos dimos cuenta de que no era tal cosa. Mi hijo, al cual adoro con toda mi alma, había sido el fruto de un amor pasajero e infantil, un amor de una adolescencia tardía. Pero ahora, en ese momento, con sólo tener a mi lado a Sarah me sentía completo, como si una parte de mí que nunca había conocido estuviera dentro de ella: en verdad la amaba; lo sentía en mi corazón, en mi cuerpo y en mi alma.
Sarah hundió su rostro en mi pecho, yo la abracé fuertemente, con la cara apoyada en su cabello. Me embriagué en su perfume y por esos minutos que parecieron horas, incluso días, me olvidé completamente de que estábamos en una casucha de Kibuye que apenas podía mantenerse en pié. Nos volvimos a separar, le tomé el rostro con ambas manos y, volviéndola a mirar a los ojos le dije:
- Se que es una locura, pero te amo.
Ella abrió los ojos de par en par.
- Ha… Marvin… yo… tú… tienes un hijo y… yo nunca podría…
- Todo estará bien. Solo quiero saber que es lo que sientes, eso es lo único que me importa.
- Mi corazón late como nunca antes, cada una de las células de mi cuerpo tiembla, mi cerebro… mi cerebro acaba de olvidar las atrocidades que vio en esa fosa común… yo…- soltó un suspiro de risa- la Dra. Meggers dice que el amor es sólo una reacción química de nuestro cerebro y que el corazón…
- Es solo un músculo- terminé yo, con una sonrisa. Había escuchado esa frase muchas veces en boca de la Dra. Meggers.
Ella sonrió- Sí, así es.
La miré extrañado, esperando una respuesta.
- Pero si hay algo que la ciencia jamás podrá explicar, por más que lo intente, son los sentimientos humanos…
Sonreí débilmente. Es costumbre de los científicos decir las cosas indirectamente. Ella rodeó mi cuello con sus brazos y me dio un suave, dulce y pequeño beso en los labios.
- Sé que es irracional, pero por primera vez en mi vida no me interesa, porque también te amo.
Esta vez fui yo quien soltó el suspiro de risa. Volvimos a besarnos, justo antes de que alguien golpeara la puerta. Nos separamos, Sarah dijo que podía pasar y la Dra. Meggers, vestida con un mono azul, con guantes de látex puestos y con una gorra en la que había ocultado todo su ondulado cabello rubio, irrumpió en la habitación.
- Sarah, te necesito en la fosa, hemos llegado a los cuerpos saponificados y necesito de tus conocimientos en Arqueología para sacarlos.
- Claro Dra. Meggers, enseguida voy.
La doctora sonrió, me miró y dijo:
- Será mejor que no vengas hoy Harris, no te gustará.
- ¿Por qué? ¿Qué son cuerpos saponificados?
- Cuerpos en descomposición, todavía tienen la carne tierna y apestan- me contestó Sarah.
Yo arrugué la nariz. Meggers rió y salió. Sarah también rió, tomó el mono azul que estaba sobre su cama, me besó velozmente y dijo:
- Te veo por la noche, y espero no oler a podrido.
- Yo igual- contesté, sonriente y feliz como nunca antes, aún sabiendo que cruzando una polvorosa calle de tierra había una fosa común llena de cadáveres de víctimas de genocidio sin identificar; pero también sabiendo que yo estaba ahí para ayudar a que los sabelotodo los hagan hablar, y entonces, quizás, hacer que sus familias vuelvan a sonreír como yo sonreí al escuchar esas dos sencillas palabras pronunciadas por la serena voz de una de esas sabelotodo: “Te amo”.

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