Capítulo 2:
El primer día en Kibuye era día libre. Pero con el correr del tiempo descubrí que durante una excavación no existen los días libres en el sentido estricto de la palabra, y ese primer día no fue la excepción. Muy temprano en la mañana, mientras desayunábamos en el pequeño comedor de la casita junto a la Dra. Meggers y otros miembros del equipo, el Agente Harris apareció y nos dijo que nos llevaría al lugar de la fosa.
Cuarenta y cinco minutos después estábamos parados frente a una explanada en donde se veían algunos restos muy blancos que brillaban con el Sol, suspiré profundo y miré a mi mentora, la cual me dijo en forma de respuesta:
- Acostúmbrate al paisaje Sarah, estaremos aquí las próximas semanas.
- Lo se...
- Oigan, cerebritos- Harris apareció a nuestras espaldas, hablándonos con un tono altanero-, los de logística preguntan algo sobre las excavadoras o algo así...
Giré sobre mis talones u lo miré algo amenazadoramente, detestaba cuando alguien me hablaba en ese tono, especialmente si era un hombre como aquél; me hacía sentir como una insignificante hormiguita enfrentando a un enorme escarabajo. Me llevaba una cabeza y media, pero aún así lo enfrenté y le hablé en un tono que decía a gritos que con migo no podía meterse:
- ¿A quién llamaste cerebrito? Y debes referirte a las cavadoras hidráulicas, diles que no los necesitaremos hasta que logremos recuperar todos los restos de superficie.
Él alzó una ceja y miró a la Dra. Meggers, la cual le devolvió una sonrisa pícara y egocéntrica a la vez, que denotaba orgullo. Marvin infló el pecho, clavó sus profundos ojos grises en los míos y respondió:
- Como digas... pero, ¿sabes? Acabo de olvidar quién eras...- terminó con una exasperante superioridad.
Resoplé, giré bruscamente y, comenzando a bajar hacia la explanada, respondí:
- Soy la alumna de la Dra. Meggers, ¡no me molestes!
Él lanzó un suspiro de risa. Nuestra relación acababa de empezar con el pie izquierdo.
Comencé a caminar por el pedregoso suelo, había cientos de huesos: cráneos, costillas, fémures... Todos esparcidos desordenadamente. Definitivamente íbamos a tardar en juntar y ordenarlos a todos, y aún más en identificarlos, pero pensé para mis adentros que mientras el egocéntrico agente de la ONU se mantuviera alejado, podría trabajar felizmente.
No podía haber estado más equivocada. Mis expectativas, desde que Betty me había informado de nuestra misión, eran que trabaría junto a médicos, patólogos, fotógrafos y arqueólogos, todos científicos y profesionales. Pero no sólo ellos formaban parte del equipo, también había periodistas, sociólogos, incluso abogados y, sí, también tipos de oficina, como Marvin Harris. En verdad no podía creer que tipos que habían estado toda su vida sentados en un escritorio, llevando papeles, atendiendo y haciendo llamadas, estuvieran ahí, en el campo, entre todos esos cadáveres, entre esas personas a las que muchos consideran menos, sólo por pertenecer a un país africano, por no saber hablar ingles, por no entender a que se refieren cuando dicen “GPS”.
Durante el primer mes de excavación, nos dedicamos a los restos superficiales. Era un trabajo arduo, pasábamos horas de cuclillas bajo un Sol abrazador recogiendo y catalogando cada hueso que veíamos, para luego ubicarlo en una bolsa para evidencias, colocarle un número de serie y llevarlo a los depósito para su posterior análisis en el laboratorio.
Al comenzar el segundo mes, cuando nos disponíamos al fin a excavar para comenzar con los cadáveres de profundidad, el clima nos dio la espalda. Era fines de febrero y la temporada de tormentas había comenzado. El veintiséis de febrero mi despertador sonó como siempre a las cinco treinta de la madrugada y mis pensamiento e vieron interrumpidos por un gran estruendo. Salí de mi habitación y me encontré con la Dra. Meggers.
- Sarah, puedes seguir durmiendo si quieres, hoy sí tendremos un día libre, ha estado lloviendo desde medianoche y no parece que quiera parar.
Volví a la cama entre agradecida y enojada. El Sol de los días anteriores había comenzado a afectarme, por lo que me sentía un poco afiebrada, pero también sentía la necesidad de continuar con la excavación. Hacía dos días había tenido en mis manos un cráneo de un niño de no más de diez años, con una herida cortante en el occipital, lo cual me había puesto furiosa e impotente y sentía que si no seguía con la excavación, las miles de almas masacradas en el genocidio jamás decantarían en paz.
Me levanté cerca de las diez de la mañana y al bajar a desayunar me encontré con Teddy Jonson, un alegre y chistoso fotógrafo del cual me había hecho muy amiga, jugando a las cartas nada más ni nada menos que con el Agente Harris.
- Buenos días Sarah- me saludó alegremente Teddy.
- ¿Cómo has dormido, ojitos?- dijo también el hombre de la ONU.
- Buenos días, ¿cómo estás hoy Teddy?- respondí yo, ignorando olímpicamente al otro. Básicamente me agradaba más cuando Harris estaba con la boca cerrada.
- Mucho mejor por suerte, parece que la fiebre se ha ido al fin.
- Me alegro- dije, luego lo besé en la mejilla y me senté a su lado.
Harris lanzó una mirada furtiva al fotógrafo.
- ¿Acaso el Sol no piensa salir hoy?- comenté.
- Así es el clima de Ruanda, Mead- me respondió Marvin-, cuando es época de tormentas, en verdad es época de tormentas.
Lo iré algo extrañada, por primera vez no usaba un tono sobrador para dirigirse a mi- ¿Ha estado antes en Ruanda, Harris?
- Muchas veces- respondió él, al tiempo que barajaba el mazo que tenía en sus manos-. Desde que la ONU decidió reabrir el caso del genocidio hace tres años he estado viviendo alternativamente entre Kibuye y Washington.
- Interesante- él me miró extrañado-. Creí que eras como esos tontos de logística, que no habían salido nunca de sus oficinas hasta ahora.
Él lanzó un suspiro de risa- No me agradan mucho las oficinas, me gusta estar en el campo, donde ocurre lo interesante y “divertido”- dijo, haciendo un gesto de comillas con las manos al decir divertido; sabía a qué se refería.
- Parece que ustedes dos tienen más en común de lo que pensaban- comentó alegremente Teddy, por lo que ambos lo miramos-. Aman estar en el campo, se malhumoran con la lluvia y no les agrada cuando otros les hablan con despecho.
Miré al agente con sorpresa y, con asombro, observé la misma cara en él. nos miraos en silencio un largo rato, mientras él repartía las cartas entre nosotros. Fue entonces cuando comprendí que había sido algo injusta al juzgarlo y entonces, el Aura hipnotizante del aeropuerto, del día en que lo conocí, volvió a envolverme.... Extrañamente ese Aura no volvió a desaparecer y poco a poco, en los días que pasaron, nuestra relación fue cambiando, convirtiendo el despecho y el incipiente odio en curiosidad y algo más...
...Continuará...
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