24 ago 2011

Cronicas de una Guerra - Epílogo -

Hola! Después de un laaaargo tiempo sin escribir historias originales, vuelvo con mi (hasta ahora) más grande proyecto... forma parte de una saga que llamaré "Saga Crónicas", esta nueva historia está relacionada con "Cronicas de una traidora", si la leyeron, ya verán el porque, aunque no es necesario haberla leido para entender esta... Está en proceso de escritura, asique puede que tarde en actualizar, pero bueno... Espero que lo lean y les guste... ^^


Epílogo.

El fuerte viento azotaba el ahora desolado paisaje. Lo que alguna vez había sido una tierra próspera, llena de vida y con cientos de personas caminando felizmente, ahora estaba completamente desierto, con escombros llenando cada rincón que se mirase. Sólo se veían dos almas en todo el área: una niña de apenas doce años, arrodillada, completamente envuelta en polvo y con magulladuras y cortes en todo el cuerpo y ropa; frente a ella, un enorme ser humanoide, de piel oscura y rodeado de una poderosa aura violácea, con ojos del color del fuego, que parecía haber salido del mismísimo infierno.
- ¿Vas a rendirte ahora pequeña Haddita?- dijo el ser con voz espeluznante.
La niña lo miró con odio, sus ojos, antes del color del agua, estaban ahora teñidos de un color rojizo de la misma intensidad que los del demonio. No respondió, simplemente intentó levantarse con los últimos vestigios de fuerza que le quedaban. El ser, al ver esto, lanzó una estridente carcajada.
- Parece que eso es un no… pero bueno, tú te lo pediste, Haddita- dijo en tono de respuesta, para luego apuntar con la palma de su mano a la niña.
La chica volvió a caer de rodillas, lanzando un desgarrador grito que inundó toda la zona. No había nada visible que pudiera causarle tal dolor, sólo unas pequeñas chispas rojas que salían de su cuerpo, al parecer, eso era lo que la estaba lastimando con tanta intensidad. Apoyó sus manos en la rojiza tierra. Ya no lo soportaba, el dolor era tan fuerte que creía que se le desgarrarían todos los músculos de su cuerpo en cualquier momento. De sus ojos comenzaron a brotar unas pequeñas lágrimas. No podía rendirse, aunque lo que más deseaba en ese momento era gritar pidiendo auxilio y que la sacaran de ese lugar, que la quitaran del frente a ese endemoniado ser, que la llevaran a su casa, que la dejaran en paz… Deseaba poder volver a su anterior vida, dormir tranquilamente, estar con sus amigos, con sus padres, comer y jugar felizmente, sin nada que la amenazase constantemente, sin el temor de perderlo todo en un abrir y cerrar de ojos…
Pero sabía que nada podían hacer, ya nadie la podía ayudar, ahora estaba sola, completamente sola. Sus amigos se habían ido para siempre, no regresarían, por más que ella gritase y llorase suplicándole al universo que volvieran a estar a su lado, no lo estarían. Porque ellos estaban muertos, muertos. Y todo por ese maldito demonio que sólo quería poder, poder y más poder.
Volvió a mirar al ser con odio. Sólo había una forma de intentar empezar de nuevo: eliminar a ese demonio.

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Un estridente sonido interrumpió su sueño. Los rayos de sol ya inundaban su habitación, pero no quería levantarse, hacía apenas dos horas que se había acostado. Se revolvió entre las sábanas y sacó un brazo para alcanzar la fuente del insoportable sonido. Sólo cuando se estiró lo suficiente, pudo alcanzar el teléfono celular que estaba apoyado en la mesa de noche, sonando y vibrando como loco. Lo tomó y apagó la alarma. Volvió a revolverse entre las sábanas y se sentó. Miró con odio y sueño a su entorno. No podía creer que ya fueran las ocho de la mañana.
Se levantó, se colocó sus pantuflas, fue al baño, se vistió, tomó su mochila y salió. Hacía un día hermoso: no había casi ninguna nube en el cielo, estaba cálido y soplaba una hermosa brisa otoñal. Respiró profundamente para luego mirar a su derecha: su amiga estaba caminando a su encuentro.
- ¡Hola!- le dijo alegremente ella, saludándola con un beso en la mejilla.
- Hola- le respondió, devolviéndole el saludo.
La chica, de cabello rubio rojizo y ojos color ámbar la miró con preocupación y le dijo, al tiempo que comenzaban a caminar:
- ¿Dormiste mal anoche? Tienes unas ojeras tremendas.
- Mas o menos, estuve con insomnio- mintió ella. En realidad se había acostado hacía dos horas, no porque quisiera ni porque no había podido dormir, sino porque había tenido que atender algunos “asuntos”.
- Ah… Tendrías que verlo con un médico, hace varias noches que tienes insomnio.
- Debe de ser por los exámenes, no te preocupes- le respondió, mostrándole una sonrisa.
Su amiga la miró, pero aunque su preocupación no se había desvanecido de su rostro, asintió dándole la razón.
Tenían dieciocho años, ambas. Se dirigían a la Facultad de Humanidades de una universidad estatal, estaban cursando el primer año de la carrera de Filosofía y Letras. Se habían conocido en el curso de nivelación, en el verano y se habían hecho muy amigas, ya que ambas provenían de ciudades alejadas de donde estudiaban y debían mantenerse cerca y unidas para poder hacer más llevadero todo. Su amiga se llamaba Sarah y hacía unas semanas había decidido que debía protegerla, ya que había empezado sentir que emitía cierta energía que conocía muy bien y que le había ocasionado varios incidentes, por así llamarlos, a lo largo de su corta vida. Continuaron caminando por el camino habitual, hablando lo más alegremente que se podía hablar a apenas unos diez minutos de despertar, ya que Sarah se levantaba de demasiado buen humor para su gusto, mientras que ella misma detestaba que le hablasen -o hablar- apenas se levantaba de la cama, especialmente si había dormido poco o nada en la noche.

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Debía eliminarlo, no tenía otra opción, sólo así podría sentir que había hecho algo por sus amigos, sólo así podía intentar volver a empezar… el demonio le devolvió la mirada, con una sonrisa maligna en su rostro. Ella volvió a levantarse y esta vez lo logró, se puso de píe ante el ahora atónito ser y comenzó a rodearse de un aura naranja con aspecto de fuego.
- ¡Ja! ¿Crees que con eso podrás hacerme algo?
- ¡Cállate!- gritó ella, con una voz que no era la suya- ¡Mataste a mis amigos, te llevaste lo más amaba en mi vida, arruinaste mi vida! ¿¡Crees que dejaré que continúes con tu maldita existencia!? ¡Claro que no! ¡Voy a aniquilarte, aunque sea lo último que haga!
El ser lanzó una risita- Parece que esto se pondrá interesante… ¡Vamos Haddita, tírame con lo mejor que tengas!
- ¡No me llames así!- gritó la niña, con una voz ya completamente distorsionada.
Sus ojos se habían vuelto completamente rojos, sólo se distinguían sus pupilas, que, aunque permanecían negras, estaban muy pequeñas y no eran completamente redondas, parecía que tuvieran aspas, como las de un ventilador. El aura que la rodeaba se convirtió en fuego verdadero, su piel se enrojeció, sus orejas se alargaron, como las de un elfo y sus uñas y dientes se engruesaron y volvieron puntiagudos y afilados, convirtiéndose en garras y colmillos. Ya no respiraba normalmente, más bien rugía con cada bocanada de aire que aspiraba y exhalaba. Ya no era ella misma, ahora el odio que mantenía encerrado en su corazón la controlaba. Aún así, en el costado izquierdo de su pecho, una luz suave comenzó a brillar: era su corazón.
- Parece que tu corazón está brillando… y en ese estado… interesante. Parece que te subestimé un poco, pequeña.
- ¡Deja de llamarme así! ¡Yo soy quien manda aquí, me entendiste, insignificante demonio de cuarta!- gritó en forma de respuesta la chica, con una voz endemoniada, al comentario del demonio.
El enorme ser abrió los ojos de par en par, estaba anonadado. Ahora ya no era ella, sino alguien más, era un demonio, el demonio, aquel que él había conocido hace tiempo y que había sido el causante de que permaneciera encerrado en un estuche diminuto por diez años. ¿Pero qué rayos hacía en el cuerpo de esa niña? Definitivamente Hadda era quien él creía que era, una poderosa guerrera y, además, la fuente de un enorme poder.

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Llegaron a la facultad luego de unos veinte minutos de caminata. Ella ya estaba completamente despierta y despejada, por lo que cuando su amigo Diego, un chico de cabello negro azabache y ojos marrón claro, dos años mayor que ellas y bastante bohemio, las saludó alegremente.
- ¡Hey, chicas! ¿Cómo están?
- Bien- respondió Sarah, saludándolo con un beso en la mejilla, como saludaba a todo el mundo.
- Bien- mintió una vez más ella, saludándolo con una sonrisa. Ella, a diferencia de su amiga, no era muy expresiva ni cariñosa.
Y quizás esa personalidad era resultado de los últimos siete años de su vida, porque desde que tenía apenas once, ciertas cosas extrañas y aterradoras comenzaron a ocurrir en su vida. Comenzando por ese día, comenzaron a haber ciertos “ciclos”, por así decirlo: todo estaba normal, luego algo asombroso pasaba, era feliz con sus amigos, compartía experiencias extrañas con ellos, y luego se iban, ellos o ella, para siempre, no podía volver a verlos, y entonces sufría por esta perdida. Era por eso que había empezado a no formar lazos tan estrechos con las personas, especialmente ahora y con ellos, ya que seguramente en un tiempo, debería despedirse, o mejor dicho, desaparecer de ese lugar sin dejar rastro, ningún rastro.
Esa era su vida, aparecer, conocer gente, resolver algunos problemas y luego irse, preferiblemente borrando la memoria sobre sí misma de la gente que había conocido. Y así era desde ese día en que eliminó al demonio que había asesinado a sus primeros verdaderos amigos. Desde ese día, su vida eran pequeñas películas de una saga sin sentido alguno.

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El demonio observó a su par con cuerpo de niña y retrocedió unos pasos, probablemente ese era el único ser que lo hacía retroceder de semejante forma. Observó a la niña demonio, la cual había dibujado en su rostro una maliciosa sonrisa. De la nada, una enorme ola de energía surgió del cuerpo de Hadda y se concentró en una pequeña esfera que ella moldeaba entre sus manos. El demonio retrocedió un poco más, sabía que era lo que seguía: su muy probable aniquilación. Debía defenderse lo más que podía, por lo que rápidamente formó un escudo a su alrededor empleando la mayor parte de las energías que le quedaban, que era mucha.
Pero no sirvió de nada, ya que una vez que la esfera de energía estuvo lista, la niña la lanzó sin ningún esfuerzo hacia el demonio. Apenas chocó contra el escudo que protegía al endemoniado ser, la esfera se expandió, recubriendo dicho escudo y destrozándolo por completo, luego volvió a concentrarse en forma de esfera y golpeó al demonio. Apenas tocó su piel, la energía ingresó por cada poro, internándose en cada célula, destruyendo al demonio desde adentro.

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Así era, aunque ahora pretendía vivir una vida normal como cualquier chica de su edad, cursando materias en la universidad y hablando alegremente con sus compañeros, ella poseía, en realidad, un peculiar poder. Poder que había descubierto que tenía a los diez años, cuando se había encontrado con quien luego sería su paternal maestro. Él le había abierto la mente a un nuevo mundo de nuevos seres y experiencias que los humanos no podían vivir. Porque ella, al igual que su maestro, y miles de otros seres en el universo, no era humana, era un Ser Mágico. Seres con cualidades diferentes a los humanos y, en realidad, eran quienes habían surgido antes y habían dado lugar a éstos en la historia del universo.
Su madre también había sido un Ser Mágico, pero no su padre, por lo que ella era en realidad una híbrida, cosa que era muy común en esos días. Pero además, pertenecía, junto a otros seis seres mágicos, a una elite de guerreros, conocida como los Guerreros Mágicos, cuya misión era proteger a los seres de las fuerzas que intentaran dominarlos, ya sean fuerzas del bien como del mal. Eran ellos, sus amigos, los Guerreros Mágicos, quienes habían muerto a causa de un maldito demonio, quien había arruinado su vida.
Pero por sobre todas las cosas, lo que más le había cambiado su forma de vivir y pensar, era un extraño poder que poseía encerrado en su interior. Aún no sabía con exactitud la naturaleza de ese poder, pero al parecer, era a causa de un demonio. Sea como fuere, este poder se salía de control con relativa frecuencia y, cuando lo hacía, ella no tenía control sobre sí misma ni sobre sus poderes.
Era por eso que últimamente no podía dormir por las noches. Cada día, cuando los humanos que la rodeaban ya no estaban presentes, ella marchaba a donde su maestro para intentar controlar ese poder y tratar de descifrar su naturaleza.
- ¡Hey, Candance, Candance!- Diego la estaba llamando, caminaba por inercia, ya que su mente estaba en aquel otro mundo.
- ¿Eh? Perdón- se disculpó.
- ¿Vendrás o no?
- ¿A dónde?
Los dos chicos se miraron, siempre les hacía lo mismo, era tan sumisa en sus pensamientos que a veces se olvidaba completamente que estaba con ellos y los ignoraba completamente.
- Al Aconcagua- respondió con ironía el chico- ¿A dónde va a ser? A mi casa, querida- agregó, despeinándola en señal de cariño, como regañando a un hermano menor.
- ¡Oh, sí, por supuesto!- dijo Candance en forma de respuesta, sonrió a los otros dos y prosiguieron su caminata hacia la casa del morocho.

Cuando su madre murió ella tenía apenas dos años, por lo que fue enviada a vivir con primos de la mujer, los cuales la criaron con cariño, pero, cumpliendo los deseos de la joven, nunca le dijeron nada acerca de su verdadera naturaleza y, para que pudiera vivir en un país de humanos, le dieron el nombre de Candance, en honor a la naturaleza de su poder.

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Tras uno minutos, el ser se desvaneció, ya que todas sus células habían explotado una por una a causa del devastador poder de la chica. Lo único que quedó fue una pequeña fuente de luz negra encerrada en una especie de capsula de color rojo oscuro, la cual cayó al suelo, casi sin hacer ruido. Ahora eso era lo único que quedaba del poderoso demonio y, para asesinarlo de una vez por todas, debía romper ese objeto, que contenía todo el poder y la energía del demonio.
En cuanto el pequeño estuche cayó al suelo, la chica cayó de rodillas, volviendo a la normalidad. Sus ojos dejaron de ser rojos y volvieron a ser celestes y el aura de fuego se desvaneció por completo. Ahora sólo estaba ella en ese inmenso y desolado lugar. Una suave brisa comenzó a soplar y la niña respiró profundamente: al fin el aire era suave y limpio.
A los pocos segundos, un hombre apareció a unos metros de ellas y se le acercó corriendo. Parecía tan exhausto como lo estaba ella, también estaba cubierto de polvo y con magulladuras, cortaduras y quemaduras por todo su cuerpo, además de que su ropa tenía manchas de sangre en varios lugares.
- ¡Hadda! ¿Estás bien? ¿Me escuchas? ¡Respóndeme, por favor! ¿Cómo te encuentras? Dime- le dijo desesperado, tomándola por los hombros y mirándola a los ojos. Se había arrodillado para estar a su altura.
Ella lo miró. Sus ojos eran violetas, al igual que la hermosa túnica que estaba usando, su cabello era plateado y, aunque era mucho más grande que ella -quizás tendría entre cincuenta y sesenta años, sino más- parecía ser apenas un adolescente.
- ¿Hadda?
- Él murió, creo- respondió casi en un susurro la niña-. Pero… no sé que me pasó, fue muy extraño…
- Si, lo sé, pude verlo.
- ¿Por qué no vino a ayudarme, Mago Magick?- preguntó con lágrimas en los ojos y una voz neutra, sin emociones.
- Porque no pude- respondió él, también con lágrimas brotándole de esos extraños ojos-. Ese maldito había creado un campo de fuerza alrededor de su campo de batalla para que nadie interfiriera, él en verdad quería acabar con ustedes.
- Y lo logró.
- ¿Pero qué dices Hadda? Tú estás viva, estás bien, tú--
- ¡Ellos murieron! ¡Mis amigos murieron! ¡Cómo puede estar tan tranquilo cuando todos los Guerreros Mágicos han muerto!- gritó la chica, resistiéndose a llorar.
- No…- dijo el Mago, abrazándola fuertemente- No todos han muerto, mi querida Hadda, tú sigues viva, y mientras sea así, ellos también lo estarán- la separó unos centímetros de su pecho y la miró a los ojos, esos ojos cristalinos como el agua, que había heredado de su padre y ahora amenazaban con rebalsarse- ¿Ves el corazón mágico del Lord? Ve y destrúyelo, y entonces los Guerreros Mágicos, tus amigos, vivirán dentro de ti para siempre.
Ella lo miró y luego miró el estuche. Sin decir nada se levantó y caminó lentamente hasta él. Tomo el corazón del demonio, era tan pequeño que cabía en la palma de su mano sin dificultades. Miró al objeto con odio, ahí dentro se encontraba la esencia de quien había matado a sus amigos, pero también la esencia de ellos estaba ahí, ya que cuando un Ser Mágico mata a otro, absorbe su esencia.
Tenía dos formas de destruirlo. Una era romperlo con sus propias manos, así ella absorbería la esencia contenida en su interior y, como había dicho su maestro, haría que sus amigos, pero también ese maldito demonio, vivieran dentro de ella. Y la otra era destruirlo con algún poder o por medio de un arma, en ese caso la esencia se esparciría por el universo, volviendo al lugar de donde había surgido: el Fuego Primigenio.
Volvió a mirar con odio al objeto y luego levantó la vista, para que la suave brisa le diera en la cara… Haría que ese maldito demonio pagara por arrebatarle la vida a sus amigos, sabía que la haría…

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La casa de Diego era la típica casa de estudiante soltero: pequeña pero cómoda, una cama simple, una pequeña mesa redonda con cuatro sillas, heladera prácticamente vacía, platos esparcidos por toda la cocina, tanto limpios como sucios, y zapatos, ropa, hojas fotocopiadas de libros y libros enteros sueltos y tirados por el piso y cama.
Las dos chicas rieron un poco al entrar, mirando acusadoramente al chico, pero él no les hizo caso, ellas mismas vivían en las mismas condiciones, especialmente en ésa época, la de exámenes.
Se sentaron a la mesa y comenzaron con sus actividades, luego de comer un poco.
Candance estaba concentrada en su libro, pero en realidad estaba pensando en ese día en el que había tenido el corazón de primer gran enemigo en sus manos, ese día en el que había tenido que decidir sobre la vida de otro, sobre si debía asesinarlo o no, si debía dejar que su esencia, junto a la de sus amigos, volviera a su lugar de origen o se quedara con ella.
Definitivamente, ahora sabía que la opción que había tomado era la correcta.

Continuará.... 

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