El pasillo
Ese pasillo, ese lugar (quizás) infinito, no podía ser más cautivador. Hacia el frente esa meta inalcanzable, hacia arriba esa bóveda oscura que parecía succionarte; a la derecha, puertas y más puertas que llevaban a quien sabe cuantos lugares iguales o distintos, infinitos, cíclicos, abismales. A la izquierda, la misma cantidad de antorchas encendidas que de puertas, antorchas a las que, quizás, más adelante preste atención. Hacia atrás el inicio olvidado, lejano, inconcebible, tan lejano que le parecía nunca haber comenzado. Abajo agua, agua y más agua, fría, inconstante, transparente y rojiza, y aún así no la mojaba, solo cubría sus pies, enfriándolos.
Diecisiete años, diecisiete años hacía que caminaba por ese pasillo, o al menos eso creía, porque no recordaba haber dado el primer paso, el primer aliento; pero había quienes sí lo recordaban, quienes le decían con firmeza que hacía diecisiete años había comenzado el camino. Pero ella no confiaba en la palabra de los demás tan fácilmente, si ella no lo recordaba, ¿por que había de creerle a alguien más si al fin y al cabo era ella la que caminaba y no ese alguien? En fin, alejó sus pensamientos del tiempo y se centró en las antorchas.
Las antorchas, que iluminaban y le daban una tonalidad rojiza al ambiente, siempre habían estado encendidas, siempre habían tenido la misma intensidad, siempre habían chisporroteado de la misma forma. Eso le hizo pensar algo, algo en lo que nunca había reparado. ¿Y si ese pasillo, en lugar de ser infinito o finito, era cíclico? ¿Y si solo estaba girando y girando, como en la vuelta al mundo del parque de diversiones? Dando vueltas y vueltas, observando siempre el mismo paisaje, pero tan lentas eran estas vueltas que cada vez que iniciaba una nueva se sorprendía de ver lo que veía por primera vez, que en realidad ya había visto. En ese momento se detuvo, si el pasillo era cíclico, si volvería a ver las mismas antorchas, las mismas puertas, el mismo techo, la misma agua infinitamente, era inútil seguir, una pérdida de tiempo.
Se enfureció al darse cuenta de que estaba desperdiciando su tiempo, que había desperdiciado tantos años en intentar llegar a un lugar al que nunca (si su suposición era cierta) llegaría. Quiso sentarse para esperar, pero se dio cuenta de que era inútil, de que no podría sentarse a esperar porque no había nada qué esperar. Aún enojada miró una de las puertas y se decidió abrirla. Se acercó, levantó el brazo y justo cuando estaba por tomar el picaporte se detuvo. Se dijo que si ya había caminado tanto tiempo no podía desperdiciar ese camino recorrido, no podía tirar a la basura lo que ya había hecho, debía continuar, sin importar el resultado o el destino de esa caminata, debía continuar.
Sin pensarlo más, volvió al centro del pasillo y continuó caminando, lenta y constantemente, sin parar, sin darse cuenta de la dirección que había tomado, porque al fin y al cabo descubrir la verdadera forma de ese pasillo era inconcebible.
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