Era una calurosa tarde de verano y Jonathan caminaba tranquilo por el camino que subía al cerro Trikérato, a las afueras de la ciudad de Elevisínia, donde él vivía y había vivido desde que tenía dos años; era el único lugar que recordaba conocer aunque sabía que había nacido en Atenas. Su padre y su madre, por asuntos de trabajo se habían mudado a esa pequeña ciudad, y él no se había movido de allí desde entonces; su padre, en cambio, viajaba a menudo a lugares exuberantes como Brasil, Japón, China, Egipto, Inglaterra y Estados Unidos. Jonathan, entonces se quedaba en casa de su mejor amigo, Andreas.
Su vida era, entonces, normal, común y corriente como la de cualquier otro chico del mundo. Jonathan deseaba que algo pasara en su vida, algo que rompa con la rutina, con la vieja y aburrida rutina de todos los días... pero, al parecer nada ni nadie se le aparecía como en los cuentos, él sabía que no eran ciertos, pero allí, en ese fantástico mundo de los cuentos, las películas y los sueños todo parecía tan fácil y sencillo que le costaba volver a la realidad cuando dejaba de leer o de mirar una película o incluso de soñar.
Parecía que lo único “interesante” de su vida era que su madre había desaparecido al hundirse un pequeño barco, en el Mediterráneo. Nadie había encontrado nada: ni los restos del barco, ni el cadáver de su madre, ni a los demás tripulantes; se habían esfumado o, como Jonathan solía decir, se los había tragado el mar.
Sumido en sus pensamientos no se dio cuenta de por donde iba, sus piernas lo llevaban por un camino por el que nunca había ido, cosa que le resultaba extraño, ya que había recorrido todos los lugares y caminos que rodeaban su ciudad. Sin nada que hacer siguió caminando -antes que estar sentado en el living de su casa sin hacer nada, prefería pasear por ahí- cuesta arriba y le sorprendió ver que la vegetación se hacía más densa y boscosa, -todo lo contrario de lo que le decían en la escuela sobre las montañas de su país- curioso como era de nacimiento e incentivado por su espíritu aventurero decidió seguir hasta que el camino se terminara o sus piernas no le respondieran del cansancio, cosa que se sorprendió al notar que aún no había pasado.
Después de varios minutos empezó a tararear una canción que se le vino a la mente, era una canción que supuso que el mismo acababa de inventar ya que no le recordaba a ninguna otra que hubiera escuchado. Sin prestar atención sus pies se pusieron en marcha de vuelta, aunque su cabeza le decía que parara. No habría hecho más de tres metros cuando se dio cuenta de que había pasado inadvertida una pequeña carpa y una vos de mujer que cantaba una canción que le resultaba peculiarmente familiar…
Se volvió, y le sorprendió ver que la pequeña carpa era en verdad pequeña -para una sola persona, tal ves-, de color rojo y con unas flores en el techo, el cierre estaba abierto, y la bella vos venía de su interior; a un costado había unos troncos que ardían en una pequeña fogata, a su alrededor dos troncos en forma de bancos, y apoyada en ellos, una mochila abierta, en la que se veía una pequeña notebook.
Jonathan se acercó a la carpa, de donde provenía la voz, y quiso echar un vistazo; pero cuando se asomó por la puerta, se encontró cara a cara con una chica que lo asustó. Era una chica muy bella, de ojos verdes como la piedra de jade; tenía el cabello dorado, largo hasta la cintura y lo llevaba suelto.
La chica lo miraba como impresionada, después de observarlo de arriba abajo y analizarlo con todo detalle le dijo con vos alegre y una gran sonrisa:
- Hola, soy Katie, ¿y tú?
- Heee... hola- contestó Jonathan sin saber que decir- yo soy Jon... athan.
Katie lo miró entre divertida y confusa, pero luego soltó una risita.
- Bueno Jon athan, es un gusto conocerte. ¿Vives cerca de aquí?
- E en la ci ciudad de Elevisínia- dijo el chico tartamudeando.
- ¿¿¿Elevisínia???- pregunto desconcertada la chica- pero esa ciudad queda muy lejos de aquí...
- ¿Lejos?, pero yo llegué hasta aquí caminando...
- Eso es imposible- lo contradijo Katie- las luces de Elevisínia apenas se distinguen desde aquí.
- ¿¿Desde aquí?? Y precisamente ¿donde es AQUÍ?
Jonathan estaba desconcertado por lo que Katie decía, y al parecer, la chica estaba igual de desconcertada que él.
- Bueno, estamos en el monte Trikérato...
- Eso ya lo se... pero, ¿a que altura?- la interrumpió Jonathan.
- ¡¡Hey!! ¡cálmate! Estamos a unos 1190 metros sobre el nivel del mar.
- ¡¡Que, 1190!!
... continuará ....
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