Capítulo 2.
De lejanos lugares.
El calor y la humedad lo tenían verdaderamente agotado. Aún no
podía creer que, siendo invierno, hiciera esa temperatura. Hacía unos diez años
que vivía allí y todavía no podía acostumbrarse a ese horrible clima. Las gotas
de sudor recorrían su frente y hacían que su ropa se pegara a su cuerpo, lo
cual le molestaba, y mucho. Pero lo más insoportable eran sin duda los
insectos: realmente los odiaba.
Movió su mano en el aire de forma rápida, para ahuyentar a los
mosquitos que intentaban llegar a él, pero sin mucho resultado. Apretó los
labios con fuerza y se contuvo las ganas de lanzar una maldición a los cuatro
vientos, a la vez que tomaba su botella con agua. No entendía como, teniendo
tantos planetas y tantos lugares a dónde ir, sus padres habían elegido la
Tierra y, dentro de esta, la selva amazónica, para vivir. Entendía que allí
podían pasar perfectamente desapercibidos, pero aún así, estaba más allá de su
entendimiento. Luego de tomar un largo sorbo de aquella fresca y cristalina
agua, miró hacia adelante, encontrándose con los ojos de su madre que lo
miraban como si no entendiera su frustración.
Ella se había convertido en una bióloga bastante reconocida en
aquel país, por lo que estar ahí, en medio de la selva tropical, rodeada de una
variedad exuberante de plantas y animales la ponía extremadamente feliz;
mientras que él, su único hijo, tenía que acarrear con eso. Porque no, no podía
simplemente quedarse en su casa mientras ella salía de viaje, podía pasarle
algo malo, claro… ¡Cómo si con veinte años no supiera cuidarse solo! O peor
aún, ¡cómo si aquel terrible sacrificio los Guerreros Mágicos hubiera sido en
vano! Él lo sabía a la perfección, los Guerreros habían logrado detener –y
asesinar– a ese demonio psicópata que había querido esclavizar a todo ser
viviente en la galaxia hacía unos diez años.
—
O vamos, Facundo, no pongas esa cara—
le dijo su madre en un perfecto portugués, mostrando esa sonrisa que tantas
veces odiaba, pero que también tantas otras amaba.
— Por favor
mamá, repíteme que vinimos a hacer aquí, por amor de dios— dijo él en forma de
respuesta, también en perfecto portugués. Tenían que hablar el idioma natal
cuando estaban cerca de los humanos, después de todo, tenían que mimetizarse
con la cultura humana si querían hacerse pasar por unos.
—
¿Cuántas veces más tendré que hacerlo? Estamos haciendo un seguimiento de tortugas
Mata-mata.
— Sí,
claro… ¿Falta mucho? Me estoy deshidratando— Facundo rodó los ojos al tiempo
que hablaba, era un milagro que su madre hubiera dicho el nombre común de la
dichosa tortuga. El amaba a los animales tanto como ella, pero prefería
dejarlos corretear tranquilos por donde sea que vivieran y no andar caminando
por el medio de la selva buscándolos.
Su madre
rió levemente antes de responder— Ya casi llegamos al río, no te preocupes— y
luego continuó abriendo camino junto a los hombres que los acompañaban con su
machete.
El chico
volvió a suspirar cansado y se pasó la mano por su cabello castaño rojizo,
revolviéndolo un poco, como esperando que de esa forma el calor que sentía se
desvaneciera. Pero entonces algo sumamente extraño le ocurrió, algo que jamás
le había ocurrido. Sintió como un agudo y candente punzón se clavara en el
centro de su pecho y, al mismo tiempo, sintió como su corazón mágico, aquel
pequeño artefacto que le daba la vida, vibraba con gran intensidad.
— Mamá…—
murmuró de forma apenas audible, en su lengua natal, marciano.
Su madre
se giró al instante y lo miró completamente extrañada y algo asustada. Ambos
sabían a la perfección que el hecho de que Facundo utilizara el marciano para
hablar cuando estaban rodeados por humano significaba que algo andaba mal. Al
instante, la mujer de lacio cabello pelirrojo y ojos color miel sostuvo a su
hijo en sus brazos, el cual ya estaba casi inconsciente.
— Faer,
¿qué te ocurre? ¿Puedes hablar?
— Mi…
mi…— pero el joven no pudo completar la frase, ya que al segundo siguiente se
desmayó, mientras su corazón mágico comenzaba a brillar como nunca antes lo
había hecho, aún dentro de su pecho.
— ¡Faer!—
la mujer gritó casi desesperada, a la vez que miraba a los dos hombres que la
acompañaban, los cuales estaban totalmente atónitos ante la situación— Tendrán
que disculparme caballeros, pero debo irme— les dijo, volviendo a hablar en el
idioma humano.
Y
entonces, ante los ojos incrédulos de los dos espectadores humanos, la mujer se
rodeó con un Aura violeta y, tomando a su hijo lo mejor que pudo entre sus
brazos, se elevó en el aire, para luego desaparecer a la velocidad de la luz,
dejando un pequeño rastro de Aura a su paso.
.
.
Había
pasado una semana desde el incidente con su corazón mágico y de que había ido
al templo del Fuego. Una semana en la que todo había estado inusualmente
extraño y eso, debía admitir, la ponía aún más nerviosa. Que hubiera pasado
aquello, que el Fuego hubiera revelado los nombres de una nueva generación de
Guerreros y que luego no ocurriera absolutamente nada era muy extraño. La
última vez, apenas al día siguiente de que Magipcian Magick se le apareciera de
la nada y la llevara a Marte por primera vez –según su memoria– habían
comenzado a incrementar los problemas. Y, según el propio mago, siempre que
eran revelados los nuevos guerreros, era porque el desequilibrio era demasiado
grande e inminente.
Pero ahí
estaba ella, sentada en la cocina de su departamento, mirando por la ventana
hacia la gran ciudad en la cual vivía. A veces se sentía extremadamente sola en
aquel lugar, aunque tuviera amigos con los cuales pasaba la mayor parte de sus
días, aunque ellos parecían quererla mucho y, aunque ella también los quisiera,
no podía evitarlo: se sentía sola en la Tierra. Muchas veces había pensado en
abandonar su vida humana y vivir como una Ser Mágico, en Marte, o en cualquier
otro planeta de la galaxia, después de todo, su especie se había expandido en
todos los rincones de la Vía Láctea. Pero a veces también pensaba que ni
siquiera viviendo entre “los suyos” dejaría de sentirse sola. Era un
sentimiento extraño, el cual había inundado su corazón desde que los antiguos
Guerreros, sus amigos más cercanos, habían muerto.
Cerró los
ojos y suspiró profundo, para luego ponerse de pie y salir al balcón. Quizás un
poco de aire fresco podría hacer que su mente se despejara. Se apoyó en el
barral de metal y se quedó en esa posición, con los ojos cerrados, permitiendo
que el viento invernal golpeara su rostro. Ahora que se ponía a pensar, tampoco
Tauth había dado señales. Se preguntó si seguiría vivo y si habría recibido su
mensaje. No es como si le hubiera mandado un verdadero mensaje, pero se suponía
que él –al igual que la antigua raza de Seres Mágicos a la que pertenecía–
podía percibir hasta el más mínimo cambio en el equilibrio y podía sentir
cuando alguien lo llamaba, a través del Fuego, sin importar que tan lejos
estuviera.
Suspiró
profundamente y susurró:
— Sólo
espero que estés bien…
— Estoy
más que bien… ¡Perfecto!— le respondió una alegre voz que la sobresaltó,
haciendo que casi cayera del balcón— ¡Ey! No vayas a caerte, ¿qué pensarán tus
vecinos humanos si te ven flotando por ahí?— agregó luego, tomándola por la
cintura y apegándola a su cuerpo.
—
Ayudaría si no te aparecieras de esa forma— dijo en forma de respuesta
Candance, completamente invadida de alegría. Cuando él la soltó, ella se giró y
lo miró con una enorme sonrisa en su rostro, como hacía mucho no mostraba y se
lanzó hacia su cuello, abrazándolo fuertemente—. Te extrañé, Tauth.
El hombre
rió y correspondió al abrazo— También yo, pequeña Candance. ¿Cómo has estado?
— Viva,
al menos— respondió ella, separándose—. Ven, entremos— agregó luego, haciéndole
una seña para que la siguiera.
Tauth era
un hombre alto, flaco, de cabello castaño lacio que siempre estaba desordenado
y hermosos ojos marrones. Candance no tenía idea de qué edad tenía –y él
tampoco le había dicho la verdad jamás– pero no aparentaba más de cuarenta. Su
piel era clara y tenía algunas pequeñas pecas en sus mejillas, así como unas
bastante grandes patillas. Vestía un traje azul apenas abotonado, debajo del
cual llevaba una camisa violeta y, como una burla a la formalidad que
aparentaba, zapatillas deportivas. Hacía unos cinco años que no lo veía y, aún
así, estaba exactamente igual a aquella ocasión. Si algo había que destacar de
los Seres Mágicos de más de cuarenta años de edad, era su increíble capacidad
para no envejecer.
Se sentó
en el sillón de dos cuerpos que tenía en el improvisado y pequeño living de su
casa y Tauth la imitó, sentándose a su lado. El hombre no había dejado de
sonreír desde que había llegado, lo que provocaba que ella tampoco pudiera
dejar de hacerlo. Era una extraña capacidad que él siempre había tenido sobre
ella; eso, y el hecho de que cada vez que lo veía no podía evitar abrazarlo.
— Te vez
bien, no has envejecido ni un poquito— le dijo.
Él se
encogió de hombros— Tengo mis momentos… Tú te vez enorme, ¿cuánto tiempo ha
pasado desde la última vez que me viste?
— Cinco
años— respondió la chica, conteniendo la risa— ¿A qué te refieres a “enorme”?—
sabía que para él, que podía controlar el tiempo como elemento, los años pasaban
de forma distinta— ¿Qué hay de ti, cuánto tiempo pasó?
— Um…
déjame pensar…— se revolvió su brillante cabello y luego respondió—. Al menos
diez años, de eso estoy seguro— luego se le acercó y le revolvió un poco el
cabello—. Y con “enorme” me refiero a que la última vez que te vi eras una
niña, ahora ya pareces una mujer.
La chica
de ojos celestes no pudo evitar sonrojarse ante aquello y desvió un poco la
mirada, por lo cual el hombre lanzó una carcajada. Pero luego se puso serio y
le acarició el cabello.
— ¿Aún es
difícil, verdad?
Ella
volvió su vista hasta los ojos de él, con las cejas caídas— Si, así es.
— Ya
encontrarás a alguien, alguien que te haga sentir que no estás sola, ya verás.
— ¿Tú lo
encontraste?
No
respondió, solo sonrió de lado y volvió a abrazarla— Cada Ser Mágico en la
galaxia me recuerda que no estoy solo, Candance, quizás debas pensar en eso
también, porque tu además tienes a los humanos.
La chica
se acurrucó entre sus brazos, hacía tiempo que no se sentía libre de demostrar
lo frágil que se sentía— ¿Pero quién podría reemplazarlos, Tauth? A veces
pienso que…
— Ni
siquiera lo pienses— la interrumpió él, para separase un poco y tomarle el
rostro entre las manos—. Jamás pienses que hubiera sido mejor haber terminado
como ellos, jamás, ¿entiendes?
Candance
asintió con la cabeza y él le besó la frente, para luego separarse de ella por
completo y suspirar.
— Pero no
me llamaste solamente para hablar de estas cosas, ¿verdad?— Tauth clavó sus
profundos ojos en los celestes de ella.
La chica
sonrió débilmente y le mostró su teléfono celular— Fui al templo del Fuego y se
revelaron estos nombres.
El hombre
tomó el aparato y miró las fotos que había en él, para luego volver su vista a
la Guerrera Mágica, con cierto aire de tristeza— Los nuevos Guerreros. Quieres
saber quiénes son— Candance asintió con la cabeza, por lo cual Tauth se acomodó
en el sillón para quedar literalmente pegado al cuerpo de ella y mostrarle lo
que iba traduciendo—. Bueno, hay algo muy curioso sin duda, tu nombre cambió.
La castaña
arqueó las cejas, mirando con atención el símbolo que el otro le mostraba— ¿A
qué te refieres? ¿Cómo puede haber cambiado mi nombre? Me sigo llamando igual.
Además, lo único que puedo identificar en ese idioma es mi nombre, y es el
mismo.
Él negó
con la cabeza — ¿Ves ese pequeño símbolo abajo a la derecha? Cambió. Antes, la
traducción literal era “The Cleaner”, ahora es “The Mentor”. Ahora eres Hadda,
la mentora.
— Pero…
¿por qué?
—
Probablemente es porque ahora te convertirás en la maestra de los nuevos
Guerreros, tu deberás enseñarles lo que es ser un Guerrero Mágico.
— ¿Como
lo fue Magick para mí y los demás en el pasado?— Tauth asintió con la cabeza y
ella suspiró, para luego mirarlo directamente a los ojos, hacer eso siempre la
tranquilizaba, era como si aquellos viejos y sabios ojos penetraran en lo
profundo de su alma y la llenaran de paz—. ¿Quiénes son los demás?
— Bueno…
La guerrera del agua, “The Carver”, su nombre es Ailish. El guerrero de la
ilusión, “The Seer”, su nombre se pronuncia Hanhacil; la guerrera de la tierra,
“The Surgeon”, Breena y su hermana, la guerra del rayo, Zealy, que es “The
Keeper”.
—
¿Hermanas? Probablemente sea más fácil encontrarlas.
— Si, así
es, no muchos hermanos terminan con diferentes elementos. Generalmente, cuando
ambos padres son Seres Mágicos, el elemento del padre es el que se hereda.
— Genial…
entonces, ¿el del viento y el de la oscuridad?
—
Adivinaste— dijo en forma de respuesta el castaño, sonriendo.
— ¿Eh?—
Candance lo miró confundida.
— Son
chicos— respondió él, para luego reír. Ante la mirada de regaño de la chica,
agregó—. Perdona, pero debes sonreír, no te ves bien cuando estás seria.
— Como si
viera mejor de cualquier otra manera— susurró la guerrera del fuego resoplando.
— No
digas idioteces— el hombre le revolvió el cabello con una sonrisa amable y
luego volvió a concentrarse en los símbolos—. Bien, el guerrero del viento,
“The Oracle”, también tiene un nombre extraño, se pronuncia Weterick. Y por
último, el guerrero de la oscuridad...— hizo una pausa, para volver a mirarla—
Faerydae, “The Dark”.
Ella lo
miró entre sorprendida y extrañada. Era muy extraño que el Fuego le diera ese
nombre a un Guerrero Mágico y, por la cara con la cual Tauth la estaba mirando,
él tenía la misma opinión.
— Tendrás
que encontrarlo a él lo más rápido que puedas, antes de que quién sea que esté
amenazando el equilibrio lo encuentre primero.
— Pero…—
no podía ni siquiera pensar en cómo haría para encontrarlo, después de todo, el
nombre que tenía era bastante común entre los Seres Mágicos y también lo era el
elemento oscuridad. Necesitaría ayuda si quería encontrarlo primero y pensaba
encontrarla en las hermanas del rayo y la tierra, por las cuales pensaba ir al
instante. Pero antes de que pudiera reprochar algo y como si le hubiera leído
el pensamiento –cosa que a veces Candance creía que efectivamente él podía
hacer–, Tauth le dijo.
— Yo te
ayudaré.
La chicha
abrió los ojos de par en par— ¿De verdad?
— ¡Por
supuesto!— volvió a revolverle el cabello, por lo cual ella cerró los ojos y
resopló— Perdona, pero no puedo evitarlo, ¡eres mi Candance! No puedo no
revolverle el cabello a mi pequeña Candance— agregó con total alegría al ver la
cara de frustración de la chica.
— Se que
quizás tienes como mil años más que yo… pero no me digas pequeña— fue todo lo
que respondió la chica, para luego sonreír.
— Bien,
entonces…— el hombre se puso de pie, casi de un salto, y le extendió la mano—.
No podemos esperar mucho, vamos.
— De
acuerdo, pero no tengo mucho tiempo, tengo una vida humana aquí.
Tauth
lanzó una risa y le tomó la mano— Candance, si hay algo que tienes conmigo, es
tiempo.
La
guerrera del fuego sonrió y observó como el hombre se rodeaba con su aura, de
un violeta oscuro, por lo cual lo imitó. Al minuto siguiente, volaban a gran
velocidad hacia el planeta rojo.
.
.
Se encontraba en la frontera exterior del Sistema Solar. No
podía decir que aquel era su lugar favorito en el universo, pero allí gozaba de
gran reconocimiento y tenía muchos seguidores, lo cual hacía que sus ánimos
subieran, y bastante. El cielo plutoniano estaba completamente oscuro, como
durante la mayor parte del tiempo, con solo una pequeña luz bastante brillante,
el Sol, por lo que se podían ver bastante bien las demás estrellas, aquellas
que se encontraban a cientos –o miles– de años luz de distancia, más allá de lo
que muchos podrían llegar a imaginar. Sonrió ante la idea de que él tenía el
privilegio de decir que conocía muchas de esas estrellas, después de todo,
había tenido diecisiete años para viajar por la galaxia y más allá. Obviamente
no había sido por simple ocio, cada una de sus visitas a cada uno de aquellos
lejanos lugares había sido estratégicamente planeado; y el momento había
llegado, el momento en el que su plan se pondría definitivamente en marcha y él
se alzaría ante la galaxia entera como el más poderoso Ser Mágico visto jamás,
todos se unirían a su causa o sucumbirían ante su poder… y su ejército mantendría
el control en cada planeta de cada sistema, incluso en aquellos no habitados
por los Seres Mágicos. Si, la galaxia entera se arrodillaría ante él y, luego,
con un poco más de tiempo, caerían las demás, una a una, fundaría el imperio
más grande y poderoso que el universo haya visto jamás. Pero antes de pensar
siquiera en la dominación galáctica, debía terminar de armar a sus soldados.
Caminó por el desierto páramo del ecuador plutoniano con
bastante lentitud. Odiaba la maldita gravedad de ese planeta, y también su
atmósfera –o mejor dicho, su no-atmósfera– que lo obligaba a llevar una máscara
de oxígeno. Levantó la vista un poco, para contemplar la construcción que se
alzaba a unos cuantos metros de él: era la entrada a una plataforma
subterránea. La única forma en que la vida podía subsistir en Plutón, el
planeta más alejado del Sistema Solar, era bajo tierra, con gravedad y
atmósfera artificialmente controladas. Una vez llegó a aquel portal, un
guardia, que al igual que él llevaba una máscara para poder respirar, lo saludó
con una reverencia y le hizo señas para que lo siguiera.
Entraron al vestíbulo del lugar, el cual se cerró
herméticamente y comenzó a llenarse de gases amenos para que ambos pudieran
deshacerse de las máscaras.
—
“Atmósfera artificial equilibrada”—
dijo una voz mecánica cuando las exclusas de aire dejaron de funcionar.
Él se quitó la máscara y miró a quién lo acompañaba, que
estaba imitándolo.
— Es un
placer verlo, señor— dijo el sujeto, de cabello plateado y ojos violetas.
— ¿Tienen
todo listo ya?— preguntó él, sin siquiera saludarlo adecuadamente. Después de
todo, él mismo había mandado a construir esa base, él era el jefe, no
necesitaba saludar a cada uno de los ineptos empleados que trabajaban ahí.
— Casi. Sígame,
por favor.
El sujeto
comenzó a caminar y él lo siguió. Todo estaba exactamente igual a la última vez
que había estado ahí, hacía unos diez años, cuando había comenzado todo.
Avanzaron por un pasillo completamente blanco, con luces en el techo cada tres
metros y rejillas de ventilación cada seis –todavía recordaba las medidas
exactas–. Al llegar al final, se encontraron cara a cara con una puerta,
también completamente blanca, la cual el guardia que lo acompañaba abrió usando
su aura, la cual era de un azul oscuro casi negro.
La
habitación que apareció ante sus ojos era realmente enorme, de unas tres o
cuatro hectáreas, fácilmente. Cientos de hileras de cápsulas cerradas
herméticamente, manteniendo en su interior líquido amniótico artificial, la
llenaban. Sonrió ante aquella visión, la última vez, había apenas una docena de
esas cápsulas, ahora su ejército estaba casi listo.
—
¿Cuántos ejemplares ya están listos para despertar?
— Al
menos una centena— respondió su acompañante, mientras comenzaban a caminar
tranquilamente por las hileras de receptáculos.
— Genial—
observó los seres que se encontraban suspendidos en aquel líquido. Algunos
estaban terminando de desarrollarse, mientras que otros, ya completamente
listos, se encontraban en animación suspendida.
Aquellos
nuevos seres serían sus guerreros, “nacerían” listos para combatir contra
cualquiera que se atreviese a revelarse contra su poder… y contra los Guerreros
Mágicos. No eran clones, no. Había estado pensándolo por mucho tiempo antes de
comenzar a efectuar su plan. Los clones serían demasiado débiles contra los
Guerreros, después de todos, aunque fueran sólo siete, estaban entrenados y
preparados para defender la galaxia contra cualquiera que intentase someterla.
Aquellos eran una nueva raza de seres mágicos, sin corazones mágicos, con una
combinación especial de ADN mágico y humano perfecta, con un balance se energía
perfecto para ser los soldados perfectos. Sumamente leales, dispuestos a luchar
en cualquier tipo de situación, sin otra emoción más que el odio y el orgullo
de la lucha y prácticamente indestructibles. Y lo más importante de todo, como
no eran clones, tenían individualidad, por lo que serían impredecibles para
todos aquellos que no fueran su jefe-creador, es decir, él mismo.
—
Perfecto— volvió a decir, cuando pasaron a la sección en donde estaban los
soldados listos para ser desconectados de sus cápsulas— Ahora mismo tengo que
ir a la Tierra, asique vayan preparando a los que ya estén listos.
— ¿A la
Tierra? ¿Qué va a hacer ahí?
— Eso no
algo que te incumba a ti… ahora, envía la orden para que los despierten.
— Si
señor, claro… Que tenga buen viaje.
No
respondió, simplemente giró sobre sus talones y se dispuso a salir de aquella
base, para luego dirigirse hacia el planeta de los humanos. Si estaba en lo
cierto –y casi siempre lo estaba–, el Fuego ya había revelado a los nuevos
Guerreros Mágicos, por lo que debía apresurarse, tenía que encontrar al
Guerrero de la Oscuridad y ponerlo de su lado.
— Esta
vez no te será tan fácil, mi querida Hadda— fue su pensamiento, cuando, luego
de transportarse por descomposición molecular –una ventaja que tenían los Seres
Mágicos para ahorrarse volar por el espacio sin oxígeno–, llegó a la Tierra.
Más precisamente, a una ciudad del Amazonas.
.
.
Llegaron
a la gran biblioteca de Marte luego de unos minutos de “viaje”. En realidad,
como Seres Mágicos, podían transportarse de un planeta usando su aura para
descomponer cada una de sus moléculas y reagruparlas en su lugar de destino.
Candance jamás había entendido como funcionaba aquello con exactitud, por lo
que siempre pensaba en ello como si fuera una teletransportación, pero sin
ningún aparato que los ayudara, como en las películas y series de ciencia
ficción de los humanos. Miró por unos segundos a Tauth, que se encontraba
encorvado sobre una pantalla táctil, buscando la ubicación exacta de lo que sea
que estaban buscando ahí.
A decir
verdad, no creía que en la biblioteca pudieran encontrar el paradero del
Guerrero de la Oscuridad, pero no iba a contradecir al hombre, después de todo,
él tenía como mil años más de experiencia que ella en encontrar Guerreros
Mágicos por la galaxia. Arqueó las cejas y no pudo evitar reír un poco al ver
la expresión que el castaño tenía en su rostro, por lo que se le acercó y le susurró,
sobresaltándolo un poco.
—
Deberías comprarte anteojos.
— ¿Eh?—
él levantó la vista y, aún con los ojos entrecerrados y la nariz arrugada,
agregó— ¿Por qué dices eso?
Candance
volvió a reír— Puede que veas como de treinta, pero sigues siendo un viejo.
Necesitas anteojos para leer.
— Bah—
Tauth movió su mano en el aire, quitándole importancia al asunto—. Estoy
perfectamente bien, en la primavera de mi vida… ¡Incluso me casé! ¿No te lo
dije?
— ¿¡Qué!?
¿Cómo que te casaste?— la chica lo miró con una mezcla humor, incredulidad y,
por qué no admitirlo, celos— ¿Con quién?
— Una
princesa calipsiana… no importa, encontré la ubicación, ¡vamos!— le contestó,
para luego sonreír mostrando sus perfectos dientes blancos y tomándola de la
mano, arrastrándola por media biblioteca.
— Sí,
claro, cambia de tema… ¿Calipsiana? ¿Qué hacías en el Sistema Calipso?
— Estaba
en una fiesta, ahora concéntrate y hagamos lo que vinimos a hacer.
— Okey…—
continuaron caminando –o mejor dicho trotando– por los pasillos del lugar—. Por
cierto, todavía no entiendo por qué estamos aquí.
— ¿Cómo
que no lo entiendes? ¿Qué mejor lugar para encontrar a un Ser Mágico que la
biblioteca de Marte, en donde se guardan todos los registros de nacimientos de
la galaxia?
— ¿Qué?
¿Lo hacen? Creí que el único registro que había de los nacimientos era en el
templo del Fuego…
— No, ahí
sólo están los de los Guerreros Mágicos… ven, por aquí.
Doblaron
a la izquierda, internándose entre las estanterías. La biblioteca de Marte era la
más grande de ese sector de la galaxia. Era un edificio monumental que ocupaba gran
parte del polo norte del planeta. Tenía paredes increíblemente gruesas, hechas
de piedra rojiza y decorada con diamantes importados de un planeta lejano que
resplandecían ante la más mínima luz que le diera, por lo que día y noche el
edificio parecía estar bañado de luz natural, por lo que aunque pasaras una
semana entera en aquel lugar, no te darías cuenta del paso de los días. Las
estanterías eran enormes, iban desde el piso hasta el techo, de unos cinco
metros de alto, y se decía que habían sido talladas a mano por los Seres
Mágicos Primigenios. Sea como fuere, eran verdaderamente hermosas y le daban a
la biblioteca un aire de misticismo que a Candance simplemente la fascinaban.
Después de unos cuantos minutos llegaron a una zona que, extrañamente, estaba
poco iluminada.
— Bien,
aquí es… debería de estar… por allá arriba— Tauth señaló hacia el techo y luego
comenzó a mirar hacia todos lados—. Pero será mejor que prendamos alguna luz
más, ¿no?
La joven
lo observó, a veces admiraba la capacidad de su viejo amigo para hacer
preguntas retóricas. Pero suponía que era por el hecho de que siempre andaba
viajando por el tiempo y el espacio solo, yendo de planeta en planeta, haciendo
quién sabía qué.
— ¿Es
verdad que ustedes tallaron estas estanterías?
— ¿Um?
¿Nosotros?— se le acercó, al tiempo que las luces se encendían en el área que
los rodeaba— Ah, sí, fuimos nosotros— le sonrió y se elevó en el aire, para
llegar casi al final de la estantería y comenzar a revisar los lomos de los
libros. No pasó mucho para que volviera a descender con un grueso tomo
empolvado entre sus manos—. Aquí está, el registro de los Seres Mágicos con
elemento oscuridad nacidos entre 1990 y 1991 año terrestre.
— ¿Cómo
sabes que nació entre esos años?
Él la
miró fijamente y sonrió de lado— Hay cosas que sólo mi raza podía sentir, mi
querida Candance. Él tiene veinte años, lo sé.
La chica
se encogió de hombros— Si tu lo dices…
Ambos se
dirigieron a una gran mesa, de la misma madera que las estanterías, y se
sentaron, para poder revisar el registro.
— Creo
que tendremos que tener bastante paciencia… Sería mucho más fácil que
estuvieran separados por virtud.
— En ese
caso todos sabrían quienes son los potenciales Guerreros y sería peligroso,
Candance, agradece que están por orden alfabético.
— Tienes
razón. Bien…— abrió el libro frente a ambos y fue directamente a la sección “F”
— Tu revisa las
páginas impares, yo revisaré las pares.
— Sería
difícil hacerlo al revés, ¿no crees?— bromeó él, lo que provocó que ella le
dirigiera una mirada que fácilmente podría haberlo acuchillado.
Tauth rió
y ambos se pusieron a revisar cada uno de los nombres. Era una tarea
verdaderamente tediosa, pero al ser dos, podían avanzar más rápido. Después de
una hora –o quizás más– de pasar y pasar hojas, el hombre saltó en su asiento.
— ¡Lo
encontré!— Candance también dio un salto y lo miró, impaciente—. Faerydae, con
virtud amistad, nacido en Marte en mayo del 1990, ambos padres Seres Mágicos,
obviamente heredó su elemento de su padre, su madre es de elemento agua.
—
¡Genial! Ahora sólo tenemos que encontrarlos, y por suerte están aquí--
— No lo
creas— la interrumpió— nació en el ’90, justo en medio de la gran guerra en la
que luchó la generación de Guerreros de tu madre, probablemente ya no viven en
Marte, en esa época los Seres de oscuridad eran perseguidos, los querían
exterminar.
La
castaña lanzó un largo suspiro— Genial, ¿cómo se supone que sabremos a qué
planeta se fueron?
— Oh, eso
es fácil… la pregunta es, a qué país de ese planeta fueron.
— ¿País?
¿Crees que están en la Tierra?
— ¿Dónde
más te esconderías si eres un Ser Mágico perseguido por los tuyos que entre los
humanos, que no saben de nuestra existencia? Mírate a ti, o mejor dicho a tu
madre, ella te escondió en la Tierra para protegerte.
— Bien,
tienes razón, pero aún así, ¿cómo lo encontraremos?
Tauth se
levantó, tomó el libro y lo devolvió a su ubicación original, para luego tomar
a Candance de ambas manos y sonreírle.
— Vas a
viajar en el tiempo Candance… Iremos exactamente al momento de su nacimiento y
le preguntaremos amablemente a su padre a dónde piensan exiliarse.
La chica
abrió los ojos de par en par, sería la primera vez que viajaría en el tiempo,
pero aún así, había algo que no entendía.
— ¿Y
pretendes que él te diga sin más a dónde van a ir? Tu mismo lo dijiste, van a
exiliarse, no querrán que nadie sepa a dónde van.
El hombre
se puso serio— Ambos sabemos que ninguno de los dos tiene las manos
precisamente limpias de sangre, pequeña.
— ¿Ser
Mágico de la ilusión?— preguntó simplemente ella, sabía a lo que se refería.
Ella era una guerrera, lo quisiera admitir o no, había acabado con la vida de
más de un Ser Mágico en su corta vida. Y los que poseían como elemento la
ilusión podía meterse en la mente de los demás y –entre otras cosas– sacar
información. Tauth asintió con la cabeza— Bien, vamos.
El hombre
se rodeó con su aura violácea por completo, haciendo que sus ojos brillaran del
mismo color. Aún sosteniendo las manos de Candance, hizo que su aura la rodeara
también y entonces pareció como un fuerte viento de se hubiera levantado de
repente, pero solo alrededor de ambos. La chica sólo pestañó una vez, pero
cuando volvió a abrir los ojos, todo había vuelto a la normalidad y el hombre
seguía frente a ella, nuevamente con sus bellos ojos marrones, mirándola con
una sonrisa leve.
— Ven— le
susurró. Seguían en la biblioteca, pero se sentía completamente diferente. De
hecho, podían escucharse fuertes murmullos, como de personas gritando en la
lejanía, probablemente provenientes de afuera. Él la tomó de la mano y
comenzaron a correr por entre las estanterías rápidamente, hasta llegar a una
de las puertas secundarias—. Debemos ir a su casa, pero con cuidado, estamos en
medio de la guerra.
Candance
asintió y ambos, sin soltarse en ningún momento, comenzaron a volar. Marte se
veía completamente diferente: muchas personas volaban rápidamente de un lugar a
otro, se veían destellos de explosiones en la lejanía y los edificios cercanos
a la biblioteca estaban completamente en llamas. Pero no solo eso, a lo lejos
también se veía una gran muralla. Candance la recordaba bien, en la actualidad
aún estaban las ruinas y ella misma la había visto entera: la gran muralla que
cruzaba por el ecuador todo el planeta, dividiéndolo en dos mitades, elevando
no solo una barrera física, sino también un campo de fuerza entre los dos
hemisferios. Había sido construía en el siglo XVII terrestre y pretendía
separar a los que en esa época se llamaban “Seres Mágicos oscuros” de los
“Seres Mágicos de luz”. Era una separación completamente sin sentido, que los
Guerreros Mágicos habían intentado desmoronar por siglos, hasta que, luego de
la guerra que estaban presenciando en mismo instante, había caído por completo.
Aún así, la muralla física había persistido hasta las batallas que ella y sus
amigos, como Guerreros Mágicos, habían luchado en 2002.
Luego de
varios minutos de volar, tratando de parecer una pareja más tratando de escapar
de la destrucción, llegaron a la que, se suponía, era la vivienda del futuro
Guerrero de la oscuridad. Era una pequeña casa cerca de la muralla, exactamente
idéntica a las que la rodeaban, posiblemente para pasar desapercibida. Se
escondieron en un callejón cercano, desde donde podían ver perfectamente si
alguien entraba o salía de ella.
No
tuvieron que esperar mucho, ya que un hombre llegó, completamente nervioso.
Tenía el cabello castaño y vestía ropas informales, de las que en esa época se
usaban en la Tierra; aún así, se notaba bastante que había estado en el campo
de batalla, ya que no solo estaba exhausto y nervioso, sino que también estaba
sucio, herido y desarreglado. Rápidamente entró en su casa y Candance y Tauth
salieron de su escondite. No pasaron más de cinco minutos hasta que el hombre
volvió a salir, esta vez seguido de una mujer de largo y lacio cabello
pelirrojo que llevaba en sus brazos a un bebé. Ambos miraron a todos lados en
cuanto salieron y, por supuesto, notaron su presencia.
—
¡¿Quiénes son ustedes?!— gritó el hombre, rodeándose automáticamente con su
oscura aura negra y los ojos brillando del mismo color.
Tauth
levantó sus brazos, por lo que Candance lo imitó, y se les acercó más— Tranquilo,
no les haremos daño… ¿Su hijo acaba de nacer?— ninguno respondió y la mujer
rodeó más fuertemente a su hijo con los brazos, apegándolo a su pecho— Sólo
queremos saber… su nombre.
Candance
vio como los ojos de su amigo volvían a brillar del color de aura: había
comenzando a usar los poderes de la ilusión para hacer que les respondieran lo
que querían saber.
— Su… su
nombre es Faerydae— respondió en un susurro la mujer.
Tauth
miró de reojo a la chica, que estaba a su lado, y le sonrió— Bonito nombre, estoy
seguro de que será un gran y valiente Ser Mágico— en ese momento se sintió una
enorme explosión en las cercanías, probablemente los Guerreros estaban tratando
de demoler la muralla. Ambos padres miraron preocupados hacia el lugar de la
explosión y a continuación volvieron su vista a ellos, momento en que Tauth
preguntó— ¿A dónde irán?
— A la
Tierra— respondió esta vez el hombre, como si escupiera las palabras.
— Si,
pero… ¿A dónde?
— A
Brasil… En el medio de la selva amazónica, jamás nos encontrarán ahí— volvió a
decir el hombre.
—
Entiendo… Muchas gracias… Cuiden bien de su hijo.
Y dicho
esto ambos se giraron y se alejaron en dirección contraria, dejando a los
primerizos padres solos, parados frente a su puerta, los cuales a los pocos
minutos se desvanecieron sin dejar rastro, escapando de aquel terrible lugar.
.
— Bien—
dijo el castaño, una vez estuvieron de nuevo en su tiempo, mientras caminaban
por las ahora tranquilas calles de la ciudad capital de Marte— Ya sabemos a
dónde ir, ¡Brasil!
— Si…
¿pudiste ver algo dentro de su mente? ¿El nombre de una ciudad o algo? Brasil
no es precisamente pequeño y la selva amazónica…
— Es un
laberinto de plantas, lo sé. Si, lo vi, vi el nombre de una ciudad en sus
pensamientos, Coari.
— Genial.
No tengo idea de dónde queda, pero eso se resuelve buscando un mapa— Candance
sonrió por primera vez desde que habían tomado el libro de registros.
— Y cómo
supongo que no habrá más de una familia de Seres Mágicos en esa ciudad… Los
encontraremos fácilmente— el viajero del tiempo le dedicó una de sus más
grandes sonrisas.
La chica
le correspondió. Sería fácil, con Tauth a su lado parecía que las cosas siempre
eran más fáciles. Sólo esperaba que él se quedara más tiempo con ella, en
verdad disfrutaba de su presencia, la tranquilizaba y sabía que podía confiar
plenamente en él, como en nadie más. Se le acercó y lo tomó por el brazo de
forma cariñosa.
— ¿Me
acompañarás, verdad?
— Claro
que sí, Candance, empezamos juntos esto, lo terminaremos juntos.
.
.
Parpadeó
unas cuantas veces hasta que su vista volvió a la normalidad, sólo para
encontrarse con el rostro preocupado de su madre. La mujer, al verlo, sonrió
levemente y le acarició el cabello suavemente. Faerydae se incorporó, quedando
sentado en su cama. Su cama; habían
vuelto a su casa, ya no estaban en el medio de la selva. Trató de recordar qué
era lo que había pasado, pero sólo le vino a la mente que había sentido un
profundo dolor en su pecho. O más bien, en su corazón.
— ¿Cómo
te sientes?— le preguntó su madre.
— Ahora,
bien. Pero… en la selva, sentí algo extraño, algo…
— ¿…Qué
nunca antes habías sentido?— ella completó la frase por él. Faer asintió con la
cabeza, por lo que su madre suspiró profundamente y volvió a hablar— Temía
porque este día llegaría.
— ¿A qué
te refieres?
— Faer…
tu corazón mágico nunca ha brillado, pero tu virtud es la amistad.
El chico
abrió los ojos de par en par. No podía ser, era simplemente imposible. Él sabía
a la perfección lo que significaba aquello y simplemente no entraba en su
cabeza que pudiera ser cierto.
— Pero…
— Tu
nacimiento no fue como el de los demás Seres Mágicos. El nacimiento de un
potencial Guerrero nunca lo es.
— No
puede ser. Mamá, ¡es simplemente imposible!
— No
lo es. Y lo sabes.
—
Pe-Pero…— simplemente no podía articular palabra alguna, algo realmente inusual
en él. Pero es que aquello era completamente absurdo. Es decir, ya había habido
una generación de Guerreros Mágicos desde que él había nacido. Él tenía doce
años y estaba viviendo en la Tierra, en ese mismo lugar, pero lo recordaba con
exactitud. Esos Guerreros, esos siete jóvenes Guerreros había luchado hasta la
muerte para detener a un demonio… que no recordaba su nombre, pero sabía que
había querido tomar el control de todos los seres vivientes en la galaxia. Él
simplemente no podía ser uno de ellos, no era poderoso, mucho menos valeroso y
responsable— ¡No puedo ser un Guerrero Mágico, simplemente no puedo!
— Pero lo
eres… y lo que te pasó ocurrió porque algo está perturbando el equilibrio, o lo
hará. Sea como fuere, el Fuego ha decidido que es hora de que siete nuevos
Guerreros aparezcan.
Faerydae
miró a su madre aún desconcertado. Resopló fuertemente y se acomodó mejor en su
cama.
— ¿Qué
debo hacer?
La mujer
volvió a sonreír, esta vez con un dejo de alegría— Debemos ir a Marte, conozco
a alguien que conoce a la Guerrera del Fuego. Deben encontrarse, conocerse… y
juntos sabrán que hacer.
El chico
de ojos verdes abrió la baca para hablar, pero no pudo hacerlo, ya que en ese
momento, una fuerte explosión se sintió demasiado cerca. Su madre se puso de
pie automáticamente, rodeándose con su aura celeste. Él también podía sentirlo:
era otro Ser Mágico y estaba cerca, muy cerca.
— Quédate
aquí.
— Ni lo
sueñes.
Ambos
salieron al patio trasero de su casa, solo para encontrarse con que un hombre
de tez muy blanca, cabello negro y ojos que brillaban con gran intensidad del
mismo color que el del aura que lo rodeaba, se acercaba a ellos. El hombre,
apenas los vio salir, dibujó en su rostro una media sonrisa para nada amigable.
— Hola
Guerrero Mágico de la Oscuridad. Y tú debes de ser su madre.
Faerydae
se rodeó con su aura, de un profundo negro, dispuesto a pelear, pero su madre
se le adelantó.
— Vete de
aquí ahora mismo, quién quiera que seas, jamás le harás daño a mi hijo.
— Oh, que
tierno, pero descuida, no pretendo hacerle daño… No aún. Ahora lo necesito.
— ¡¿Qué
es lo que quieres?!— gritó el chico, negándose a permanecer detrás de su madre
y enfrentando al otro.
— A ti.
Ven con migo, te llevaré a un lindo lugar— y luego de decir esto, sonrió aún
más.
.
.
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