Capítulo 1:
Los niños siempre tienen sueños, y poco a poco esos sueños se convierten en metas, en objetivos… o simplemente se esfuman con el tiempo. De niña siempre soñaba con encontrar el amor, encontrar el príncipe azul y con el tiempo la vida hizo que ese sueño se desvaneciera poco a poco y se reemplazara por otro. Otro que mutó y se convirtió en mi meta, en mi objetivo personal. Gracias a grandes esfuerzos, mi meta se fue cumpliendo poco a poco, y me sorprendí cuando a partir de esa meta, que nada tenía que ver con mi pequeño sueño, esté se hizo mágicamente realidad.
Hace unos meses, trabajaba junto a mi mentora, la Doctora Betty Meggers, en el laboratorio forense de la Universidad de Pensilvania, cuando ella misma me hizo un gran anuncio:
- Nos vamos a Ruanda.
- ¿Co-Cómo? ¿A Ruanda?
La mujer de rizos rubios sonrió me explicó que había sido convocada por la ONU para trabajar en fosas comunes en el empobrecido país africano, y lo mejor de todo era que yo también había sido convocada, en calidad de asistente de la doctora.
Dos semanas después estaba parada en ele aeropuerto internacional de Kigali, con una valija con ropa a mi lado y un equipo fotográfico colgado de mi hombro. Me sentía extraña, era la primera vez que estaba en África, la primera vez que trabajaría con un equipo interdisciplinario, y la primera vez que trabajaría en algo tan importante. Por lo tanto, yo estaba ahí, parada, con miles de preguntas en mi cabeza, con mis piernas que temblaban como hojas a punto de caer de un árbol, cuando él apareció. De entre la multitud vislumbré a la Dra. Meggers , pero no estaba sola, a su lado caminaba enérgicamente un hombre de unos treinta años, de cabello negro azabache, facciones rudas pero hermosas y vistiendo un traje negro; llevaba unas cosas en su mano izquierda y en la derecha sostenía un teléfono celular, por el cual hablaba y no sonaba muy feliz.
Cuando se acercaron a mi, quedé completamente perdida en sus ojos, ojos de cristal, tan claros que parecían transparentes, con un dejo grisáceo alrededor de las pupilas. La Dra. Se me acercó y me dijo:
- Sarah, él es el Agente Harris, de la ONU , estará con nosotras y los demás miembros del equipo durante la misión, tanto como protección como para encargarse de cualquier asunto diplomático que surja.
Yo asentí y lo miré, al tiempo que él colgaba con su interlocutor. Guardó su celular en el bolsillo interno del saco y, sonriendo, me ofreció su mano, la cual tomé.
- Mi nombre es Marvin Harris, un placer conocerte…
- Sarah- dijo yo- Sarah Mead, igualmente.
Su voz grave pero suave se quedó en mis oídos por un tiempo, así como su aroma, que llegó hasta mí gracias a una ráfaga de aire venida de quien sabía donde.
Marvin nos escoltó hasta la salida y luego nos llevó, en un auto provisto por la ONU , a Kibuye, centro de nuestra misión. Durante el tiempo del viaje, él y la Dra. Meggers hablaron animadamente –aparentemente ya se conocían-, mientras yo observaba con interés el paisaje. Al llegar a la casa en la que viviríamos por al menos seis meses, el agente nos dejó todo lo necesario (credenciales, identificaciones, carnet de conducir, etc.) y se marchó. Pero, sin poder evitarlo, y casi inconscientemente, me quedé mirando fijo el punto en el cual su figura había desaparecido de la vista.
- ¡¿Sarah?!- la voz de Betty me sobresaltó- ¿Estás bien?
- Emm… si…
- ¿Segura?- la mujer me miró con una sonrisa pícara.
- Si, es sólo que necesito dormir, por el cambio de horario…
- Por supuesto…- me lanzó una mirada de complicidad, tomó sus cosas y subió las escaleras para dirigirse a las habitaciones.
Yo también tomé mi equipaje y subí, aún pensando en su aroma, en su vos, en sus ojos, en su cuerpo, en su presencia… Entré en la habitación y me tiré en la cama, agradeciendo que el día siguiente fuera un día libre, pero lo que aún no sabia era que una historia acababa de comenzar, una historia que no era sólo de cadáveres descompuestos en una fosa común.
...continuará...