7 ene 2009

Un misterio faraónico. escena 3 y 4

Escena 3

Son las 23:15 hs. en el Museo de Historia de Estocolmo. Es una habitación alargada, con varios ventanales por donde entra el brillo de la luna llena entrecubierta por las nubes. La habitación está decorada al mejor estilo egipcio: pinturas, jeroglíficos, sarcófagos, símbolos y misteriosos objetos, la mayoría de oro, puestos en vitrinas altamente protegidas por grandes sistemas de seguridad.
Todo está tranquilo, hasta que se ve una sombra que corre muy sigilosamente. La sombra se acerca a la vitrina que contiene algo muy parecido a una pirámide en miniatura de oro. Saca un aparato digital y lo coloca en el vidrio de la vitrina. Justo en ese instante se escucha una voz chillona y, a continuación un pequeño hombrecito que se acerca.

Hombre petizo: - Ten cuidado.
Hombre misterioso: (le dice en un tono de vos muy bajito) - ¡Cállate! Lo arruinarás todo Morfin.
Morfin: (haciendo caso omiso a la advertencia, habla con vos chillona, como si fueran la tres de la tarde) - Es que tengo que decirte al muy importante Mu...
Hombre misterioso: - Shhh... Te dije que no digas mi nombre. Llámame “X”, (sale de entre las sombras y solo se ven sus ojos, ya que tiene el resto de la cara tapada) - Y si quieres conservar la cabeza pegada a tu cuerpo, mas te vale que hables en vos baja.
Morfin: (traga saliva y baja la voz) - Disculpa X. Es que Z dijo que el código fue cambiado y está tratando de averiguar el nuevo.
X: - ¡Uf! Lo que nos faltaba. ¿A quien rayos se le ocurre cambiar el código de seguridad a las 11 de la noche?
Morfin: (se encoje de hombros) - ¿Al director de este museo?
X: - Conozco al director, es un tonto... (Desvía la mirada hacia la derecha) - Nunca se le ocurriría cambiar el código justo ahora (vuelve a mirar a Morfin).
Morfin: - No tengo idea... pero Z me dio este número (le acerca un papelito).
X: (leyendo el papel) - Es un número telefónico (saca un teléfono celular y disca).
Hombre: - ¿Que sucede X?
X: (abre los ojos como dos platos) - Que... quien eres...
Hombre: - ¿No sabes quien soy y tú me llamaste? (se escucha una risa).
X: - No se quien es porque me dijeron que marque este número... ¡IDENTIFÍQUESE!
Hombre: - No importa, puedes llamarme H...
X: - ¿H?
H: - Si, H ¿Tienes algún problema? Ahora escucha, el código ha sido cambiado, alguien nos delató y Z no ha podido descifrar el nuevo código y, lo más importante el jefe...
X: - ¡El jefe! Creí que Z era el jefe...
H: - Pero no lo es... como iba diciendo, el jefe esta enojado, MUY enojado...
X: - ¿Y que quieres que haga, que le de un té tranquilizante?
H: (se escucha una risa sarcástica del otro lado del teléfono) - Que gracioso... ¡Lo que pueden hacer es salir ahora mismo del lugar donde están!

Quien se hacía llamar H colgó el teléfono. X esperó a escuchar el tono del teléfono y también colgó. Se dirigió a Morfin.

X: - Debemos irnos de aquí ¡Pero ya!
Morfin: - ¿Y que estamos esperando? ¡Vámonos!

Morfin y X desactivan los sistemas que habían puesto para burlar la seguridad de las vitrinas y caminan hacia la perta sur de la habitación, pasan por una puerta de rejas, desactivan el sistema antialarma y salen por una escalera que lleva a una ventana del techo. Cuando ya están en el techo un gran remolino de viento les anunció la llegada de su helicóptero. Rápidamente suben a él y se alejan del museo sin dejar rastros.


Escena 4

Transcurre en una habitación cuadrada, con una mesa de madera, sobre ella hay una máscara de la cabeza de Anubis, el dios de la muerte. En el centro hay un caldero ardiente. Entra el hechicero cargada con una bolsa, seguido de su aprendiz.

Hechicero: - Sostén esto (le da tres bolsas) y colócalas sobre la mesa (le señala con la cabeza).
Aprendiz: (toma las bolsas y las coloca sobre la mesa) - Si maestro, pero... ¿que haremos?
Hechicero: - Hechizaremos a alguien, ¡pedazo de tonto!
Aprendiz: - Pero ¿a quien? Y... ¿acaso por orden del Faraón?
Hechicero: - No puedo decirte... pero no es a pedido del Faraón.
Aprendiz: - ¿de la reina?
Hechicero: - ¡No! No es a pedido de nadie de la familia “del trono”
Aprendiz: - Pero creí que usted era el hechicero real.
Hechicero: - Escucha, yo aré las preguntas de ahora en adelante, ¿entendido?
Aprendiz: - Si maestro (baja la mirada).
Hechicero: (revolviendo el líquido del caldero) - Pásame la bolsa de mirra.
Aprendiz: (dándole una bolsita pequeña) - Maestro, creo que se acerca alguien.
Hechicero: (mira la puerta) - ¡Tonterías! (hecha la mirra en el caldero) Pásame las cenizas de papiro.
Aprendiz: (le pasa un frasquito) - Pero escuché pasos.
Hechicero: (hecha las cenizas y lo mira) - No seas tonto... bueno, por lo menos intenta ser menos tonto de lo que eres.
Aprendiz: - Pero maestro...
Hechicero: - Sin peros... pásame el objeto personal de los desafortunados hechizados.
Aprendiz: (le pasa un cetro de oro) - Disculpe, pero ¿dijo “los” desafortunados?
Hechicero: - Si, los hechizados son cua...

En ese mismo instante entra de repente en la habitación el hijo mayor del Faraón, el príncipe Ajmotep.

Ajmotep: - ¿Por qué no terminas la frase hechicero?
Hechicero: - Oh, hem... ¡Príncipe! (se inclina frente al príncipe) Bueno... yo...
Ajmotep: - ¡Termina la frase! ¿Cuántos son los hechizados?
Hechicero: - Cua... cuatro.
Ajmotep: - Y dime, ¿a pedido de quien?
Hechicero: - Cuanto lo lamento señor... pero la ley prohíbe al hechicero revelar la identidad del pedidor.
Ajmotep: - Y supongo que también sabes que el Faraón es la máxima autoridad y nadie puede atreverse a desobedecerlo, ¿no?
Hechicero: - Si, pero... señor usted es el príncipe...
Ajmotep: - Si, pero pronto seré Faraón, muy pronto...
Hechicero: (abre los ojos y se levanta) - Señor, usted... usted fue... fue quien me...
Ajmotep: - ¡Que yo fui que!
Hechicero: (vuelve a arrodillarse bruscamente) - Nada, olvídelo... y, dígame señor, ¿A que a venido?
Ajmotep: - Solo quería saber, por orden de mi padre, si ha visto algo acerca de los invasores del sur.
Hechicero: (se levanta) - Bueno, las corrientes, las nubes y las manchas en el papiro solo dicen que un conflicto recaerá sobre la Reina y su tío.
Ajmotep: - ¿Mi tío? Bueno, supongo que ellos nunca se han llevado muy bien... (Se acerca a la puerta) Bien, recuerde que mi padre requiere de su presencia al atardecer.
Hechicero: - Si, ahí estaré, señor.

El príncipe sale de la habitación y el hechicero golpea bruscamente el caldero, volcando el contenido al suelo.
....continuará...

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